Será en el transcurso de la siguiente semana cuando el Instituto Nacional Electoral (INE) entregue las constancias a los diversos partidos políticos, las y los candidatos que contendieron en esta reciente contienda su constancia. Como ya ha confirmado el este órgano autónomo, Claudia Sheinbaum es la ganadora en el cargo ejecutivo, es decir, será la próxima y primera presidenta electa democráticamente en México, elegida por casi 36 millones de votantes que encontraron en sus propuestas, en su campaña y su discurso una representantes y esperanza de sus intereses.
Con un 59.75% de los votos (que en números de sufragios son 35 millones 923 mil 9996 votos) la exjefa de gobierno de la ciudad de México logró un contundente triunfo con respecto a la candidata de la coalición (PAN-PRI y PRD) Xóchitl Gálvez, quien obtuvo 16 millones 502 mil 444 votos, es decir un 27.45% de la preferencia electoral, respecto al 59.75% de la candidata del partido MORENA y el 10.32% del candidato de Movimiento Ciudadano. Lo que se traduce, no hay posibilidad de un fraude electoral, el margen de ganancia son 32 puntos entre el primero y segundo lugar.
Pensar en una elección de Estado, en un fraude electoral, en sobrevotación es reflejo de una ceguera o una parcialidad o profundo desconocimiento de la realidad del país, de las razones y necesidades de la mayoría de las y los mexicanos que durante estos seis años, encontraron representatividad, no sólo promesas, en los programas y acciones del gobierno o partido en el poder, que se tradujeron en acciones concretas de los programas sociales impactando en su formas y estilo de vida: un apoyo económico que hace la diferencia en su mesa, una reforma laboral que por fin rompió con el ancestral problema de un salario paupérrimo, periodo mayor de vacaciones, formas de contratación y mayor cobertura en demandas sociales a las bases de la pirámide demográfica logrando reducir la pobreza extrema en el país.
A lo largo de lo que fue el camino sinuoso de las campañas y sus candidatos, varias voces de analistas nacionales e internacionales advertían sobre la popularidad del partido en el poder, y sus retractores comenzaron a calificar negativamente estas descripciones: la mano del líder moral de Morena y presidente en funciones AMLO; el despilfarro de dinero, los programas sociales, el deterioro del sistema de salud, etc como argumentos para debilitar lo que en las urnas se volvió contundente: más de la mitad del electorado que salió a votar encuentra respuesta positiva en el partido y hoy virtual ganadora Claudia Sheinbaum.
A esos casi 36 millones de mexicanos Sheinbaum les representa, les convenció y da esperanza que su condición de vida, proyecto laboral, profesional, educativo puede mejorar, ampliar sus expectativas de desarrollo. En contraparte, una idea abstracta de gobierno, una romantización de la pobreza, el aspiracionismo irreal e improbable que constituyó el concepto de la campaña de Xóchitl Gálvez. Estas dos formas de mirar la mayoría de las realidades sociales de nuestro país es lo que marcó la diferencia en las urnas. Y hablar de fraude o desconocer los resultados por parte de un grupo partidista y simpatizantes de este, refleja un profundo desconocimiento, descalificación, discriminación y violencia hacia la realidad de la mayoría de los mexicanos, reducirlos a un programa social y desde los privilegios –legítimos e irrenunciables– pretender eternizarlos sin opción que haya un cambio en la pirámide social.
A esos 16 millones de mexicanos que resisten a un cambio de la brecha generacional, que consideran sistémica y legítima la perpetuidad de la desigualdad y la pobreza como una condición heredada o por falta de voluntad y esfuerzo, que creen que sólo su voz y voto es el eco en este país; los 36 millones que salimos a votar pedimos respeto, diálogo y construcción de un México de oportunidades, inclusión y representación.
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