Hace un poco más de un siglo, un empresario de medios de comunicación comenzó a promover un día dedicado a celebrar el Día de las Madres, lo hizo promoviendo epístolas que las honraran, concursos con premios domésticos que reforzaron –por décadas– el papel laboral de ellas en las familias. Un presidente tomó como propia la idea y hasta mandó erigir un monumento que simbolizara a la madre mexicana institucional. Simbolizó en pétrea esfinge a la madre nacional y en 2017 se tambaleó hasta que caer mientras la tierra temblaba. Quizá era una señal y símbolo para repensar la festividad y su concepto patriarcal.
Todo ello, ha ido cambiando conforme los contextos sociales e históricos, la violencia y las crisis de seguridad, la reeducación institucional y colectiva, los diversos modelos de familias en nuestro país se han dado a lo largo de las décadas, aunque haya quienes añoran o resisten a los cambios y prefieren el estilo patriarcal de esta festividad que a la distancia nos advierte su caducidad o reinterpretación, nos expresan la doble moral colectiva sobre esta fecha: ¡nuestra madrecita merece todo! Pero se reduce en regalos electrodomésticos, festejos donde trabajan más en los preparativos de su propia comida familiar y su contraparte, la violencia vicaria que se enfrentan madres en procesos de divorcio o reclamo de obligaciones alimentarias.
En el campo de inseguridad, violencia e inequidad de género, las instituciones del Estado tienen una enorme deuda con las madres mexicanas, basta con mencionar las más de 100 mil personas desaparecidas en nuestro país que son madres, hijas, hijos, hermanas, hermanos, esposas, esposos, concubinos, parientes en segundo grado que ha provocado la organización de la sociedad civil en colectivos: 234 agrupaciones de Madres buscadoras en nuestro país.
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En el terreno de lo simbólico, el concepto de Madre se comprende y se utiliza en una doble acepción en positivo y negativo. Algunos autores como Osmar Sánchez consideran que se debe al valor histórica ancestral de nuestras madres: Malitzin (Malinche) en negativo y, la Virgen de Guadalupe en positivo (la deidad, la sagrada, la dulce y protectora). Eso puede explicarnos las muy diversas palabras con que expresamos implicaciones culturales. Por ejemplo, en positivo, usamos alocuciones lingüísticas referidos con la madre; decimos: “a toda madre” (algo muy bueno); “no tiene madre (algo único, exclusivo, exquisito). Y en negativo: “Poca madre” (alguien sin vergüenza); desmadre (el desorden, caos); “valer madre” (devaluar, caer en riesgo); dar en la madre (golpear o perjudicar); una madre (cosa sin valor alguno); madrecita (cosa muy pequeña o insignificante); una mamada (maldad).
En la dimensión sociopolítica-cultural: En las políticas públicas, los derechos humanos y laborales aún persiste una inequidad y enorme brecha en la protección y oportunidades educativas, legislativas, laborales e institucionales donde el techo de cristal sigue limitando el crecimiento de las madres por el sólo hecho de serlo.
Por ejemplo, la educación familiar recae directamente en ellas, las conductas de agresores, violentadores sociales son por “culpa de la educación de las madres a sus hijos" (sic). Estas expresiones refuerzan estereotipos, discriminación y violencia sistémica que se evidencia en nuestros usos lingüisticos y el concepto histórico de la madre: La virgen de Guadalupe y la Malitzin o Malinche. Cambiar estos conceptos y replantear el rol social de las madres quizá nos ayude a ser otras sociedades más incluyentes, equitativas y socialmente más responsables.
Abramos la discusión: @salmazan71