OPINIÓN LUIS ANTONIO DURÁN

'Prelude to Ecstasy': El inicio de una prometedora obra

Abigail Morris, Lizzie Mayland, Emily Roberts, Georgia Davies y Aurora Nishevci espolvorean brillantina sobre el maquillaje gótico de sus ojos.

Créditos: EFE.
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Bienvenidos al gran baile de finales de invierno. Sus anfitrionas, Abigail, Lizzie, Emily, Georgia y Aurora, los esperan con una exquisita selección de temas que aliviarán y celebrarán sus dilemas cotidianos. No se repriman y disfruten del baile. Nadie los observa. Sean libres de sentir su piel y liberar su alma, pues esta noche es sólo la primera.

The Last Dinner Party llega con su álbum debut “Prelude to Ecstasy”, en el que, a través de 12 canciones, lucen vestidos pomposos para renacer el sonido de una época olvidada, con tal de estallar los sentimientos de una sociedad muy moderna y lastimada. 

Abigail Morris, Lizzie Mayland, Emily Roberts, Georgia Davies y Aurora Nishevci espolvorean brillantina sobre el maquillaje gótico de sus ojos; juegan con la fluidez de una canción que baila y grita a ratos. En “Burn Alive”, los tambores galopantes se tropiezan con las dagas de violines que atraviesan el corazón de Abigail, suplicante por el dolor de amar.

Aunque las cinco se consideran no binarias, en “The Feminine Urge”, el quinteto explora las relaciones madre e hija; en especial, los traumas que se heredan, la necesidad absurda de intentar curarlos y la posibilidad de romper el ciclo. Abigail lleva esta lucha interna con los cambios súbitos de ritmo y los golpes vocales de sus compañeras. Sabe que no ganará todas sus batallas, pero tampoco tiene por qué hacerlo. ¿Heredará esas heridas a sus hijas? ¿O tan siquiera quiere tenerlas?

Un piano ABBA-esco, abre el baile de “Sinner”, donde Abigail juega con su deseo por tocar a alguien, tal vez prohibido, pero muy tentador. Quisiera volver el tiempo a la niñez, donde un roce era tan inocente que jamás se confundiría con deseo; donde todos son niños y el género era cosa de adultos. Por un momento, el quinteto vuelve el tiempo: las guitarras tienen solos, los pianos brincan, la luces son sepia y el amor sólo es amor.

Volvemos al presente. Las cinco se han embriagado de este nuevo amor en “My Lady of Mercy”. Ahora piden misericordia a los pecados que invitan a realizar; tienen el perdón y la gloria en el placer divino de sentir la piel. Las invitaciones son apenas susurros que después explotan como multiorgasmos de distorsión a lo largo de la canción, la pista y la cama. Suplican a la Dama de la Merced un poco más de la dulce espada que atraviesa y besa su corazón.

Hasta que por fin llegan a la catarsis de este primer acto de éxtasis, justo con el sencillo que las llevó al reconocimiento mundial hace un año: “Nothing Matters”. La alegría de ser libre y amada; de vivir y sentir; de tener y soltar; una celebración de ser mujer, de ser persona, de poder amar sin que nada importe. Como he dicho en este espacio, el futuro del rock es femenino; ahora agregaría que también pertenece a toda la comunidad LGBT+. The Last Dinner Party ha evocado los momentos más luminosos del glam de los 70, los ha impregnado de magia femenina y feminista, y han triunfado tanto como para que el patriarcado dude de su talento. Al carajo con ello, el gran baile, el banquete, el concierto, la fiesta continúan. Apenas es el preludio de una gran y prometedora obra.