OPINIÓN LETICIA GONZÁLEZ MONTES DE OCA

Andrés Suárez

Vendrían más conciertos, más canciones, discos y giras, hasta tocar el cielo dentro de su patria y lejos de ella.

Créditos: Gira: Andrés Suárez.
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Columna Leticia.

Ahí tienes tú (así empezaban los cuentos de mi infancia) que en los años 80 nacía un niño en un pueblo del norte de España, un pueblo con mar. Nació con destino musical: creció escuchando los cassettes en el coche de sus padres, y a sus 17 no pudo cargar con el piano, pero sí con la guitarra; con ella a cuestas, se despidió de casa.

Al principio cantaba en las calles de Compostela. Una tarde, cuando “la luna de Santiago” le quedó pequeña, entre lágrimas y sin mirar atrás subió a un tren que amaneció en Madrid, Madrid, Madrid, del que se enamoró en cuanto descubrió que existían bares que atendían a 500 clientes que un lunes cualquiera preferían vivir la noche entera, que dormir. Cantó en el Metro y después en Libertad 8, el céntrico y legendario bar con pianola de principios del siglo pasado que abrió un año después de la muerte de Franco (el lugar donde se reúnen los poetas que no quieren ser poetas, sino gente de verdad, decía Luis García Montero, donde, según Ismael Serrano, el verso se hace canción, el tiempo se detiene y el sueño se hace verdad).

El joven músico de look y raíces rockeras, que tenía además como referentes e influencia a grandes como Aute y Sabina -a quien venera, y cómo no-, gastaba sus mañanas y sus suelas pegando carteles que anunciaban sus propias presentaciones, diciendo vénganme a ver, hasta que su voz, su estilo particular de interpretar y su empeño lo llevaron a grabar un disco, como lo hacen muchos. Luego otro, y luego una decena más, como lo logran pocos.

En su concierto del 4 de noviembre de 2016 (sold out, por cierto), en el madrileño Palacio de Deportes o Wizink Center, se consagró y cantó, sublime, su versión de “Lucía”, de y con Serrat, “la que más me ha hecho llorar”. Un enlace al video que resume esta gran noche es lo primero que aparece en su cuenta de X -para Elon Musk, Twitter para todos los demás-.

Vendrían más conciertos, más canciones, discos y giras, hasta tocar el cielo dentro de su patria y lejos de ella.

Ha compartido escenario con Raphael, Bosé, Ana Belén y Víctor Manuel, y con Pablo Milanés, con quien grabó en Cuba. Sobre él, hace poco más de un año tuiteaba: “Se me ha muerto un amigo y no tengo palabras. Ni voz. Nunca voy a olvidar cómo me cambiaste la vida; todo lo que hiciste por mi. Me supera el dolor.”

De todos ellos, “sus maestros”, cuenta, no hubo uno solo que no hablara del público mexicano con obsesión, respeto y cariño.

Le ha escrito al mar y a su tierra gallega; a la alegría y a la pasión; a la melancolía y a la desolación.

Y a su abuelo Manuel, quien con la edad olvidó las instrucciones para comer o andar el camino de vuelta a casa, pero jamás las letras de tangos y boleros; quien ya no reconocía a los niños de las fotos, porque se le habían borrado nombres y rostros, y a quien le explicaban con paciencia y ternura una y mil veces todo, “aunque no entienda, aunque no lo retenga”. Ese mismo abuelo que, antes de extraviarse, fue quien le enseñó la música de Serrat.

Y a una mujer joven que padecía Parkinson, que “no dejó de sonreír en la batalla, esa que no siempre se gana".

Y a sus padres:

Enfermera y marinero
sois el miedo que no tengo

Y a los amores que por su paso y peso se vuelven eternos, como aquella canción de título extraño, Benijo, poema, joya y obra de arte -que hoy sé que es el nombre de una playa de Tenerife de arena negra de volcán- que, desde la primera vez que la oí (y cada vez que veo el video con un pañuelo), me hace estremecer y soñar con verlo sufrirla en vivo y desgarrarse hasta quebrarse a cappella: “Hoy te he vuelto a recordar…”

Y le ha escrito a los “haters” que inundan las redes sociales y que hunden vidas, un dardo de amor, para que paren.

Y le ha cantado a lo que ha visto cualquier día en cualquier calle.

En sus veinte años de carrera -y sin que el diario hable de Andrés tanto como debiera- este escultor de canciones, trovador barbudo de pelo largo, jeans rotos y chamarra de cuero, ha visitado seis veces México. La próxima semana será la siete. Su gira Viaje de Vida y Vuelta, en alusión al milagro de estar vivos tras el regreso de la pandemia, hará escala en el teatro Metropólitan. Bien guardadas y listas las entradas para oír y sentir esa voz que va suturando lo que las letras van rasgando, esa entrega que eriza la piel y reinicia el alma.

“Juré contar nuestra historia,

Nunca decir la verdad…”