Resulta imposible no pensar en el proceso de resistencia y caída de la ciudad de Tenochtitlan cuando uno recorre la actual Plaza Mayor, en especial la zona arqueológica del museo de sitio donde los vestigios siguen emergiendo como la raíz y prueba irrefutable de un pasado civilizatorio que no se extingue. A pesar de los 502 años que han de cumplirse mañana 13 de agosto del triunfo español-Tlaxcalteca sobre los indígenas del que se creía en más poderoso y sólido sistema político mesoamericano: los mexicas y su derrocamiento en menos de dos años evidencia en realidad su fragilidad y divisionismo que vivían los pueblos aledaños a la figura del Huey Tlatoani.
Aquel 13 de agosto de 1521 cae la última de las ciudades gemela de Tenochtitlan, quizá la que había logrado una mejor cohesión y resistencia colectiva ante lo inminente: la conquista; en ese sentido, Tlatelolco es ejemplo del carácter militar-político mexica que mejor sintetiza la dualidad que enfrentaba la forma de gobernar de los mesoamericano en aquel siglo XVI: la división, las alianzas y las imposiciones. Ello lo supo y aprovechó Hernán Cortés para construir un fuerte ejército que hizo frente a su único objetivo la doble conquista: la militar y la religiosa… Lo demás, es evidente hasta nuestros días: racismo, violencia a nombre de Dios, clasismo, desigualdad, supremacía blanca y discriminación.
En el campo militar de la conquista, las diversas narraciones tanto las de tradición hispánica (Cartas de Relación; Relación breve de la Conquista de la Nueva España o La Historia verdadera la Conquista de la Nueva España) incluyen extensos relatos y visiones de los conquistadores sobre las batallas, los acontecimientos de resistencia como fue la Noche Triste, así como descripción de las alianzas entre grupos indígenas sometidos por el gobierno de Moctezuma II y las prebendas que buscaban obtener tras esta estrategia en la batalla territorial.
En el campo simbólico-espiritual de la conquista: la imposición de un nuevo orden religioso-simbólico que dirigió la mirada de la cosmovisión indígena a la judeocristiana, en especial el catolicismo como la otra de las conquistas queda recogida en documentos y altares, en el arte barroco y el orden del mundo desde el invisible hilo del poder divino.
Lo que nos invita y promueven los documentos a los que tenemos acceso y alcance 502 años más tarde de la histórica caída de Tenochtitlan es la reflexión sobre la fragilidad de un sistema político-social-religioso que era ya frágil y pudo desquebrajarse rápidamente, por las enormes tensiones existentes entre los grupos y pueblos indígenas sometidos como aliados que vivían en un divisionismo interno donde los conquistadores que encabezaba Hernán Cortés aprovechó para su hazaña.
En las evidencias arqueológicas el montón de piedras memoriosas que se nos presentan imponentes e incorruptibles en la zona del Templo Mayor en el centro Histórico de la ciudad de México es un pasado indígena sin idealizaciones porque las fuentes, documentos y materiales están incorruptibles y nos indican el largo, sinuoso y débil poder que aquel 1519 al 21 conocieron los conquistadores para cumplir su objetivo miliar y religioso que hoy nos advierte mucho del orden social-simbólico, cultural e ideológico que nos divide entre quienes buscan resistirse al cambio y aquellos que nos sentimos rebasados por la injusticia de ese molde. Un nuevo sistema de las ideas comienza a asomarse como una serpiente que emerge de aquella tierra que pareció sepultar, aunque hay quien prefiere este “orden del mundo”. Mas temprano que tarde, cambiará y junto con él toda la humanidad. Desconozco cuánta sangre habrá de derramarse, cuantos caídos seremos ni el tiempo que este proceso lleve, pero como se ordenó nuestra civilización hispanoamericana ya agotó lo que hace 502 comenzó en un 13 de agosto.
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