“72 Seasons”, 18 años. Una vida se construye en la interminable batalla entre luz y oscuridad; demonios que se convierten en amigos y hogares donde el bien se distorsiona ambiguo. Pérdidas, recuerdos y dolor que marcan a una persona, pero que jamás determinan su futuro. Momentos que se cargan toda una vida, pero una libertad que decide cómo vivir.
Metallica regresa con su décimo primer álbum de estudio, “72 Seasons”. A través de 12 canciones, James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo nos llevan sin pausas por un maratón de thrash que revive los demonios que los formaron, con tal de mostrarnos un atisbo de luz entre la miseria.
Metallica inyecta un shot de adrenalina con la corta y directa “Lux Æterna”. Como en su momento lo hicieron con “Whiplash”, unen a sus seguidores de todas generaciones para liberar su ira en un smosh pit. El bombo de estrobo se convulsiona al paso de los dedos rápidos de Kirk; no queda opción que rendirse a la marea de gente y soltar la rabia con golpes al aire. Una fuerza catártica que llegará al Foro Sol de la Ciudad de México en septiembre de este año. “A toda velocidad o nada”, ruge James; así inició, sigue y terminará la banda.
James abre su corazón: nos revela sus sesiones de terapia. En “Screaming Suicide”, nos cuenta del demonio que habitó su mente, y quizá vive en muchos; uno que atormenta en sueños de ojos abiertos y murmura cada que miras el espejo; uno que vive en silencio dentro de la habitación. Sin embargo, la guitarra lo estrangula y la batería impulsa a James a llamarlo. Nómbralo, grita más fuerte que él. Vive.
Por otro lado, en “Shadows Follow”, James combate con metralletas de tarola y explosiones de bajo, un pasado que lo sigue a todas partes. Incluso con 40 años de carrera, la inseguridad sigue acechando desde cada rincón. El grupo se une de forma coordinada en esta lucha contra sí mismos, dan golpes unísonos y certeros contra una bestia que nunca muere. Como un guiño a “Wherever I May Roam”, en este final, ya no vagan solos ni caen en cualquier suelo, pues la sombra camina soldada a sus pies.
Lars anuncia la llegada del guerrero oscuro contra la bestia con una marcha de guerra, en “If Darkness Had a Son”. Robert y Kirk desenvainan la hoja negra de su espada con un bajeo profundo, mientras James declara su fuerza de hijo bastardo del bien y mal que busca libertad. Cada golpe retumba ante el abismo; la batalla eterna contra el padre, que aun muerto, volverá en cada nueva generación, por milenios, por eones.
La miseria construida en 18 años perdura el resto de la vida. En “Inamorata”, James le canta como su eterna amante: vive en ella y crea por ella. Sin embargo, sabe que tiene el poder de aniquilarla. Ahora, como cicatrices de batallas internas, las canas de su cabello brillan con la luz eterna de una mente en paz.
La fuerza y la energía de Metallica sigue ardiendo, incluso con más fuerza. No hay nada más metal que enfrentarte a tus propios demonios, ya sea con terapia o headbanging. Como sabios de túnicas negras, James, Lars, Kirk y Robert llaman a la reconciliación con uno mismo, tanto a sus seguidores de antaño como a las nuevas generaciones: la oscuridad siempre acecha, pero junto a ella la luz es cegadora.