Beso: la forma más dulce y suave de decir “te quiero” sin palabras. Tomo esta definición de John Keats porque es mucho mejor que la de la Real Academia Española: golpe violento que mutuamente se dan dos personas en la cabeza o en la cara. Bueno, de repente sí.
Era yo niña cuando Juan Pablo Segundo bajó de su avión y lo primero que hizo fue arrodillarse para besar suelo mexicano. Aún veo su blanca sotana sobre el asfalto, moviéndose por el viento, vaya muestra de respeto, emoción imposible de borrar.
El beso es mezcla de acción aprendida y reacción instintiva. Es lo que hacen de inmediato las madres y los padres cuando les acercan por primera vez a su bebé, sin que nadie les diga lo que tienen que hacer. Lo que les siguen dando a los hijos cada noche antes de dormir, o después, si cuando regresan a casa ya están dormidos, cuidando no despertarlos.
Cómo olvidar los besos en las pantallas de la niñez: cuando el último espagueti une las narices de la Dama y el Vagabundo; cuando Pinocho se sonroja porque el hada le da un beso, mostrando así que ya es un niño de carne y hueso; cuando Blanca Nieves le da un beso a Gruñón, quien entre refunfuños deja ver por un momento que sí tiene corazón; el que recibe la Bella Durmiente, constatando aquella frase de Joaquín Sabina que solo entendemos ya de más grandes: dicen que hay besos de esos que te los dan y resucitan a un muerto.
Se besa una Biblia; un sobre; una medalla; un balón de fútbol después de anotar un gran gol o ganar un partido importante.
Forma de dialogar a la que le sobran las palabras, idioma universal, “un secreto que se dice en la boca y no en el oído”, escribe Edmond Rostand y lo dice Cyrano de Bergerac.
Es el misterio con que sueñan los adolescentes antes de finalmente saber cómo es vivido desde acá, no visto desde allá, como en las películas. Y que sueñan más, dormidos y despiertos, una vez que lo conocen, comprendiendo que la sensación incomparable de un primer beso se puede experimentar varias, muchas veces en la vida.
El primer beso: todos recuerdan dónde, cómo, y con quién fue. En un cine, en una playa, en un Volkswagen, en un portal, en un café, con nervios, con alegría, con inexperiencia, con tiempo o con prisa, siempre es la línea entre el antes y el después.
Se besa con la boca; pero también hay besos que se dan con los ojos, la mente y el alma. Con la voz, a través del teléfono; con los dedos sobre un teclado; eligiendo palabras, escribiendo el nombre de alguien al inicio de una carta y el nuestro al firmarla. De mil formas, como se quiere o se quisiera, como se sabe. Como se puede.
De los tantos besos que hay en el arte, destacan el de Rodin, por la entrega que refleja; el de Klimt, que retrata el tiempo detenido; la escena de Salvatore viendo la secuencia de besos censurados al final de “Cinema Paradiso”, con la música de Ennio Morricone.
También el del fotógrafo francés Robert Doisneau, que en 1950 le pidió a una pareja que vio besarse en el centro de París repetir la escena una y otra vez, hasta que logró captar la esencia y logró esa imagen icónica del siglo pasado. Igual de icónica que la que logró cinco años antes Alfred Eisenstaedt, que capturó con su cámara el momento en que, en Nueva York, al conocerse el fin de la guerra, en medio de la euforia generalizada, un marinero toma entre sus brazos a una enfermera a la que no conocía y le da un gran beso de victoria, de alivio, de festejo. Ella aparece rendida al beso; cada quién festejando a su manera, pues.
Se besa la frente de quien ha muerto, cuando es alguien muy nuestro, la urna de sus cenizas, el mármol de su cripta. Con un beso comienza y culmina el ciclo de la vida. Y ni así terminan: se mandan besos al cielo en fechas especiales, o en cualquier momento en que irrumpe un recuerdo.
Dice Risto Mejide en su “Diccionario de las cosas que no supe explicarte”: si ya has experimentado un beso de verdad, cualquier definición parecerá una herejía. Y es que al beso le ocurre como a todas las palabras importantes: amigo, pareja, familia… su definición es difícil, no porque sea compleja, sino porque es siempre incompleta.
El 13 de abril es el Día del Beso. Ya no saben qué inventar. Bueno, que inventen lo que quieran; por más que avance el mundo, por más tecnología y metaversos, por mucha inteligencia artificial, nada suplirá, nada se le acercará siquiera. “Truco encantador”, lo define Ingrid Bergman, “diseñado por la naturaleza para detener el habla cuando las palabras se vuelven superfluas”.