Cuando cumples 16 años, piensas que tener 28 es ser “mayor”. Sin embargo al llegar a esa edad descubres que estás en tu mejor momento. Asimismo, cuando eres menor escuchas decir que alguien que se encuentra en sus años cincuenta es muy joven, lo cual te parece ridículo; pero llegas a esa edad y te sientes más fresca que nunca.
Eso es lo que he descubierto con las mujeres de mi generación, una generación de baby boomers, la del peace and love, de la música de los Beatles, del “prohibido prohibir”, de la minifalda y de la confrontación al status quo. Hoy, la mayoría de las personas que vivimos esos momentos ya somos abuelas. En el inconsciente colectivo la palabra “abuela” nos remite a la imagen de una mujer de pelo blanco, peinado en chonguito sobre la nuca, que no espera más que “irla pasando” hasta el final de sus días.
Sin embargo, hoy las mujeres que nos encontramos en nuestra década de los sesenta o setenta años, nos revelamos a ese concepto porque sabemos lo que en realidad es importante en la vida y lo que vale la pena cultivar. Más que nunca nos sentimos completas y felices, y si bien muchas quisiéramos estar “más fuertes y frescas”, pocas quisieran estar literalmente “más jóvenes” o volver a vivir lo vivido. Al menos eso es lo que he descubierto en las mujeres de mi generación a quienes les he formulado la pregunta: “¿Te gustaría regresar a cuando tenías 30 años?”
La vida se concibe como el valor más preciado cuando la experiencia te ha dado cierta sabiduría. Cada vez con mayor frecuencia me llegan invitaciones de mis amigas para celebrar la llegada de los 60 y 70 años. Y es un orgullo ver que se encuentran físicamente en forma, más conocedoras de los privilegios de la vida y de lo que significa estar viva, más emocionalmente estables y más sonrientes.
Hoy, no necesitamos quedar bien con nadie, decimos lo que pensamos y nos sentimos más libres y amamos la vida más que nunca.
A las mujeres que pertenecemos a esa generación de los sesenta en la que nos hicimos adultas, por azar o por mérito propio, nos tocó ser punta de lanza e innovar en muchos campos. Durante esa década se inició el movimiento feminista y se consiguió el voto para nosotras; tomamos los trabajos anteriormente destinados sólo a los hombres y comenzamos a ser más libres y dueñas de nuestro cuerpo, así como a disfrutar de los beneficios de la “pastilla anticonceptiva”, entonces recién inventada. También empezamos a ser económicamente independientes y a invitar a nuestra pareja a compartir las labores del hogar.
Somos la primera generación que llegó a la menopausia con una expectativa de vida mayor, que hoy piensa en su futuro con, por lo menos, un cuarto de siglo más por delante. A diferencia de nuestras mamás y abuelas, para quienes llegar al fin de su vida reproductiva implicaba el comienzo de su declive físico, psicológico y emocional.
Hoy las mujeres que abrimos camino, hacemos cosas, pensamos, meditamos, exploramos nuevas ideas y estamos abiertas a nuevas aventuras. Por lo que esta nueva generación no se identifica con el mote de la “tercera edad”. Al contrario, cada vez más personas aprovechan esta edad para echar a andar nuevos negocios, cursar una carrera profesional, ayudar a su comunidad o seguir una pasión y realizar un sueño largamente abandonado.
Como innovadoras que somos, podríamos declarar con orgullo: “Así es como se ve ¡tener sesenta! o ¡tener setenta!”. Celebremos con orgullo este 8 de marzo, Día internacional de la Mujer.