La luz de un nuevo día destella sobre el mar. El calor del verano se refresca con la brisa de las olas. Miley despierta sola en su cuarto; fue una buena noche. Las vacaciones no terminan, aunque así lo desee. Son obligatorias, la vida mantiene su trance, una nueva oportunidad de cambio, una nueva batalla, un nuevo reclamo nocturno, otro día.
Miley Cyrus presenta su octavo álbum de estudio, “Endless Summer Vacation”, en el que, a través de 13 canciones, nos muestra los sentimientos y pensamientos que pasan por ella en un día libre, que se repite por siempre.
Miley asegura que este disco se divide en dos: AM y PM. La primera está bañada por ese sol ardiente de arena, tan abrasivo como la voz de Miley. Los instrumentos reales vibran con el corazón de ella. En “Jaded”, las cuerdas se evaporan como espejismos sobre agua; Miley broncea su corazón en perdón; lamenta un rompimiento, pero no puede ni debe quedarse ahí. Lo deja ir por su propio bien.
Asimismo, con esa luz de mediodía, quema tristeza y crea esperanza. Para “Thousand Miles”, Miley imaginó la vida sin su hermana, luego que una de sus amigas perdiera a la suya por suicidio. Junto a Brandi Carlile, Miley creó una carta country-pop en la que manda un gran abrazo, sin caer en optimismo cínico y absurdo. Un banjo distante la llama como una mano que la dirige hacia adelante. Sin decirlo, augura que tanto ella como su hermana (que puede ser cualquiera) estarán bien, porque el brillo de una sonrisa evapora cualquier lágrima.
El sol se pierde en el horizonte morado y rosa. Las palmeras se prenden neón y la ciudad de Los Angeles se infecta de sonidos electrónicos. Miley inicia la segunda parte del disco con “Handstand”, un track turbio que se desenvuelve en glitches y versos alucinados, perdidos por los excesos de la noche, cortesía del director Harmony Korine.
La noche del verano también vibra con oportunidades, tanto de reflexionar y descansar, como de divertirse y soltar. En “River”, Miley sale a cazar con sus amigas. No necesita un hombre, solo un amante. La pista se llena de lentejuelas eléctricas y luces difuminadas. Miley se deja ahogar por este río de placer que, por un sólo momento, le hace olvidar el dolor y la angustia que la orilló a escapar en primer lugar. Vivir bajo el penetrante ojo público deja estragos en el cuerpo, las relaciones y la mente. Estas vacaciones son para olvidarse del mundo, para encontrar de nuevo el porqué hace su música; descubrir el amor en cada momento que alimenta sus canciones.
Al final, regresa a casa, quizá sola, con el tufo de melancolía impregnado en el cabello. Miley con un sólo teclado canta “Flowers”. Se repite una y otra vez el amor más importante que necesita, el de ella misma. No lo cree, debe repetirlo. Aún en su vida, es fácil olvidarlo. Talla las palabras con su voz de lija hasta hacerlas brillar. Un bajo funk y una batería palpitante inundan la sala; un violín disco toma de la mano el corazón de Miley para que vuelva a bailar sola en su cuarto. En la oscuridad de la noche, sus ojos azules brillan de nuevo. Cree en esas palabras, cree en su propio amor, cree en ella. Ahora es el turno de sus amigas, de sus oyentes. El dolor nunca se va, pero al menos sobrevivió un día más. Dormirá con una sonrisa. Mañana seguirán las vacaciones… ojalá nunca terminen.
Luis Antonio Durán Álvarez.