Hace 150 años que las antiguas calles de la Aduana Vieja y la Joya fueron renombradas con su título actual: 5 de febrero y lo hizo el propio presidente Sebastián Lerdo de Tejada poco antes de dejar su cargo y para homenajear a su antecesor Benito Juárez gran defensor y promotor de la Constitución de 1857 que para aquel 1877 se cumplían 20 años de su promulgación y vigencia.
La glamurosa e histórica calle 5 de febrero que corre de sur a la plaza de la Constitución del Centro Histórico de la Ciudad de México, revela en su nomenclatura la impronta de los liberales del siglo XIX quienes no estuvieron nunca de acuerdo que el corazón de la ciudad y centro de los poderes del país cargara con el nombre de Plaza de la Constitución de 1812 (la de Cádiz) por lo que siempre hubo intenciones de borrar su memoria: Santa Anna, Comonfort, Bustamante, Juárez querían quitarle tal título a ese grandioso e importante sitio sin lograrlo hasta nuestros días, pero el heredero ideológico del juarismo: Lerdo de Tejada, encontró una salida mejor llamar a la histórica y portentosa calle de la Aduana Vieja, de la Joya, Monterilla y de las Rejas de San Agustín: calle 5 de febrero.
En sus diversos tramos, esta importante vía de acceso a la plancha del zócalo nos revela su antigüedad e importancia: en su extremo sur, entre Regina y San Jerónimo el simbólico e histórico exconvento que le da nombre a la manzana, donde vivió y murió la monja poeta e ilustre pensadora Sor Juana Inés de la Cruz, y del otro lado, hacia el oriente las antiguas vecindades que servían de mesones para los comerciantes que venían de los lagos de Xochimilco y el canal de la viga a ofertar sus productos en el mercado de cajones y el baratillo durante varios siglos, para continuar y encontrarnos con restos de muros en piedra de lo que fue la antigua aduana novohispana, las casas, hospedería y exconvento agustino que al observar el mapa de Pedro de Arrieta del siglo XVII puede advertirse el puente que unía el convento con la zona conventual.
Así como un muestrario de la arquitectura porfiriana que engalanaron la vocación de la calle 5 de febrero que mañana cumplirá 150 años de su renombre, con los negocios que llegaron desde finales del siglo XIX y principios del XX en tiempos de los aires europeizados como son la permanente pastelería Madrid, el edificio de las Fábricas Universales del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, el icónico Palacio de Hierro y Edificio Castillo; un hotel con la reminiscencia en la fachada de la ornamentación de ajaracas que fuera de los predios agustinos, entre otros tantos edificios palaciegos y religiosos que acompañan la vida de la calle que nació como símbolo nacionalista de la vida política y legal del país en contraste con su desembocadura: la Plaza de la Constitución.
Son 150 años que esta calle 5 de febrero lleva ese nombre, icono de una fecha histórica para la vida de derechos alcanzados y también frágiles que los mexicanos tenemos: la Carta Magda que desde 1917 en medio de un movimiento civil armado se conformaría y promulgaría para poner fin a la lucha que la desigualdad social y económica, ideológica y política había desatado, y que quizá si hoy la recorremos invite a nuevas reflexiones sobre el papel que tiene la defensa y aplicación de la Constitución a cabalidad para que los Derechos Humanos, los deberes y la justicia sea no sólo un nombre de una calle sino una realidad cotidiana.
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