Se dice que nadie muere la víspera, pero eso fue justamente lo que hizo el reconocido cineasta Carlos Saura, quien partió el pasado 10 de febrero, un día antes de recibir el Goya de Honor.
En 1976 filma su mejor película, Cría Cuervos, en cuya banda sonora incluye –gran acierto– la canción “Porque te vas”, de José Luis Perales, interpretada por Jeanette y su inconfundible voz aniñada, como de miel. Con esa canción crecimos los de mi generación, oyéndola en la radio miles de veces:
Hoy en mi ventana brilla el sol
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y el corazón
se pone triste contemplando la ciudad,
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por-que-te-vas.
Y en las fogatas, con alguien tocando una guitarra:
junto a la estación hoy lloraré igual que un niño,
por-que-te-vas,
por-que-te-vas…
Jeanette anuncia en su cuenta de Twitter que le ha parecido bochornoso que sea otra cantante y no ella quien interprete esta canción en el póstumo homenaje al maestro Saura, en los Premios Goya. Se refiere a la mexicana de voz de seda Natalia Lafourcade, la cantante con más Grammys Latinos en su haber, que fue elegida por el comité organizador para cantar la icónica canción.
Más allá de que Natalia es talentosísima, la versión original es la de Jeanette; Perales la escribió pensando en que ella la interpretara y ella conocía a Saura desde hacía décadas. La popularidad de la canción va de la mano de su aparición en la película –no pasó nada con ella hasta que apareció en la banda sonora–. ¿No era Jeanette, entonces, la indicada para estar en ese escenario, encabezando el homenaje al cineasta? ¿Qué habría preferido él?
Unos días después, la familia Saura invita a Jeanette a cantarle su canción en la capilla ardiente. Ella, con los brazos extendidos hacia el féretro, a capela, mezcla canto y recitación en esa letra, que es un triste y dulce lamento lleno de dolor para quien parte dejándonos atrás. Canta apresurada, es evidente el esfuerzo por controlar sus emociones. Casi lo logra, hasta que, en las últimas estrofas, pareciera que, en lugar de asumir la despedida, que es lo que hace la canción, convierte la frase en pregunta sin respuesta: ¿por qué te vas? Y simplemente no puede seguir. Su voz y ella toda se quiebran, y con ella todos los que estaban presentes, y con ellos quienes veíamos la escena en una pantalla, a la distancia. Finalmente logró cantarle una última vez al maestro.
Veo ambas interpretaciones de la misma canción; la verdad es que el tono meloso que le impuso Jeanette terminó dándole personalidad, identidad a la canción. Sin ella, no es. Bueno, tal vez en Perales, faltaba más. Pero nada más.
Todo esto abre una pregunta que se ha hecho desde siempre sobre las obras creativas: ¿de quién son? ¿Le pertenecen al autor? ¿Al intérprete original, o al que las hizo famosas? ¿A quien las use? ¿A quien pague por reproducirlas?
Es más o menos famosa la frase que le lanza Mario, el cartero de Neruda, a este, en el libro del mismo nombre, de Skármeta: –La poesía no es de quien la escribe, sino de quien la usa. Lo que no se recuerda tanto es la respuesta que el autor pone en boca del poeta: –Me alegra mucho la frase tan democrática, pero no llevemos la democracia al extremo de someter a votación dentro de la familia quién es el padre.
En el caso de las canciones, tan es padre el compositor como el artista que las hace famosas, y esa paternidad no debería ponerse en duda tan fácilmente.
Los citados premios Goya abrieron con Manuel Carrasco ofreciendo su versión de Cantares, ese himno inspirado en los versos de Antonio Machado. La ha cantado espectacular, le ha inyectado su sentido acento andaluz, ha entregado el corazón completo. Sí... pero esa canción la ha labrado a lo largo de muchos años, micrófonos y escenarios Joan Manuel Serrat. Cantares es de Serrat. Ha dicho que se retira, pero de los conciertos, no de la vida.
¿Es solo cosa mía, o a alguien más le parece que poner a otro a cantar la canción que se ha hecho una con su intérprete estando este en vida, es algo así como empujarlos, como pisarlos, como pasar por encima de ellos?
Pienso en José José, que se fue consumiendo todo él, junto con su voz. Dejó un hueco que parecía imposible de llenar, y aunque jamás habrá otro como él, hay que ver y oír a Cristian Castro cantar El triste. No será El Príncipe, pero lo hace increíble. Eso sí, él sí se encargó de darle siempre su lugar al primero, desde la primera vez que aparecieron cantando juntos. “El sueño de cantar con José José”, dijo, “está a punto de hacerse realidad”. Años después, en la entrega de los Grammys de 2008 interpretó sus canciones en un homenaje presencial, teniéndolo ahí, como invitado de honor, corriendo a abrazarlo después de la nota final. “¡Así es! ¡Gracias!” se cuela por el micrófono abierto la voz temblorosa, emocionada, del interpretado. Creo que ese día Christian se ganó el derecho a cantarlo para siempre.
Entiendo bien a la generación anterior, que oía más boleros que nosotros, y que tuvo la oportunidad de conocer de primera mano las joyas que muchos no escuchamos hasta décadas después, y que ante el título Solamente una vez, piensan en El Flaco de Oro y no en el mejor álbum de Luis Miguel.
Yo quisiera que Eres siguiera siendo por siempre de Napoleón, y que, mientras viva, sea él y solo él quien la cante en las ocasiones importantes. Y si no puede... mejor nadie. Lo mismo que Por amor, de Marco Antonio Muñiz; El rey azul, de Emmanuel; La canción más hermosa del mundo, de Sabina; y Como yo te amo, de Raphael.
Todos se van, todos nos vamos yendo poco a poco. Los que, con su voz, se convierten en la música de fondo de nuestras vidas, lo hacen de una forma un poco más triste, más ausente, más vacía. Lo que queda es la herencia, el legado.
Cuando todo pase y todo quede, que los productores de premios, galas y entregas hagan con las canciones lo que quieran, lo mejor que puedan, que no dejen que las letras y la música se pierdan, muy bien; pero ojalá que sea hasta entonces.
Respetar el tiempo de quien ha labrado a pulso de voz, en cada escenario y cada nota, por años, una canción, hasta hacerla una misma con su nombre, es una forma de consideración. Cantarlos es una forma de rendir homenaje. No hacerlo, es otra.