El escritor francés Michel Tournier, ganador del Gran Premio de la Academia Francesa, en 1967, por su novela Viernes o los limbos del Pacífico, cuenta en una entrevista que antes de escribir una novela, llenaba una bodega con los objetos que se relacionaban con ella, como si fuera un parque temático. Eso le servía de inspiración para involucrarse por completo en la época y el momento. Por ejemplo, si escribía sobre un tema que se desarrollaba en la Segunda Guerra Mundial, llenaba las paredes de mapas, metía costales de papas, armas, cascos, uniformes, lo que fuera que le diera el ambiente adecuado.
Pareciera que, con ese acto, cumplía de alguna manera con aquello que Borges escribió: “El futuro no es lo que va a pasar, sino lo que nosotros vamos a hacer”.
Imagino todo lo que Tournier hacía para sacar y limpiar de la bodega el tema de la novela anterior, con el fin de abrirle espacio a una nueva creación. Imagino, también, que pudiéramos nosotros hacer lo mismo al visualizar nuestro futuro. Es decir, meter en algún sitio todo lo que quisiéramos que sucediera en nuestra vida en cuanto a relaciones, salud, metas, proyectos y demás, para entonces experimentarlo.
¿Qué meteríamos en esa bodega? La respuesta equivale a la pregunta que siempre intimida: “¿Qué voy a hacer con mi futuro?”
Son muchas las ocasiones en que el futuro nos provoca cierto grado de ansiedad. Por ejemplo, cuando sales de la prepa, tienes que elegir una carrera y en realidad no sabes ni qué es lo que quieres, vaya, no tienes ni bodega. Cuando te casas, sabes y sientes que esa bodega está vacía, aunque llena de interrogantes. Cuando cambias de trabajo y decides seguir la voz del corazón, a pesar del riesgo que eso significa. Cuando te cambias de ciudad, cuando hay un divorcio y la bodega desaparece en un instante. Cuando sales del hospital con tu primer bebé entre los brazos y te das cuenta de que, como papás, tienen la responsabilidad de crear una bodega digna y armoniosa. O cuando te retiras y toca limpiar de nuevo la bodega de todo lo vivido para dejarla vacía. Y, por supuesto, cuando pierdes a un ser querido y sobreviene un caos absoluto, dentro del que pareciera que la bodega desaparece.
La realidad es que no sabemos cohabitar con la incertidumbre. No obstante, es inútil tratar de predecir lo que el destino nos depara. Lo único seguro es que venimos a este mundo a desarrollarnos en forma consciente y gozar de la vida.
Gozar de este instante eterno y breve en el que podemos apreciar lo que nuestros cinco sentidos nos regalan. Vaya privilegio. Como la vida es individual, tenemos la capacidad de elegir qué queremos integrar a nuestra bodega para que nos acompañe siempre.
Cuando la vida nos pone frente a una bodega nueva, como es el caso de tu servidora, hay que saber elegir con calma y llenarla de todo aquello que sí queremos. En lo personal, he decidido meter, como primer elemento y sin duda: la armonía, mi armonía. Sin ella, todo se complica y, con ella, todo se disfruta. Como la armonía no está afuera y es intangible, elijo todo aquello que la vuelva visible en mi cuerpo, mi mente, mi trabajo y mis relaciones.
Como el futuro no existe y sólo tenemos el presente, decido reconocer que la armonía es nuestra naturaleza. Por lo que soy consciente de sacar de mi bodega todo aquello que me la robe, principalmente mis pensamientos. Y vigilar que todas mis decisiones se enfoquen en reforzarla.
Confío en que, al dar el paso hacia el vacío, el puente aparecerá, así que suelto el futuro con la esperanza de vivir en armonía el momento presente.