OPINIÓN SERGIO ALMAZÁN

La persona primero

Una investigación sobre el tema del lenguaje inclusivo de la Universidad de Stanford advierte que el lenguaje en sí mismo no es sexista, pero sí lo es la forma en que lo utilizamos.

El esquema del lenguaje inclusivo no se limita a nombrar el género.
El esquema del lenguaje inclusivo no se limita a nombrar el género.Créditos: Pexels
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Nadie ponemos en duda el poder las palabras que nos ayudan a definir el mundo, describir nuestros valores y expresar nuestras fobias. Las palabras con que construimos nuestro sistema de expresión sean escrito o hablado nos expone y evidencia las filias y rechazos ideológicos, sociales, sexuales y racistas con el que medimos y mediamos en el mundo. Somos lo que decimos de lo que pensamos.

En la cotidianidad, las palabras y nuestros discursos nos pueden traicionar o evidenciar el sistema de creencias, valores y moralidad con que vemos y describimos el mundo, nuestra realidad y entorno. Un lenguaje patriarcal sistémico con el que generaciones hemos crecido, repetido y heredado hasta hace poco aceptado y reconocido como único para explicar el mundo, hoy día nos hace reflexionar o resistir –según sea en lo que creemos o descreemos– sobre la importancia de transitar a un lenguaje inclusivo, donde el centro del discurso no es el mañoso, manipulado, sexista, valorativo cerebro que lo hemos adecuado a un sistema de valores y categorías para describir solo un tipo dominante y excluyente realidades. Es decir, el nuevo esquema del lenguaje llamado inclusivo no se limita a nombrar el género, sino a la persona como ser social. Por ello, no se trata solamente de una modalidad diversa al orden binario, sino una resignificación a la multidiversidad e inclusión en la sociedad de las formas no solo sexuales y de identidad de género sino culturales, de capacidades en lo físico, en lo emocional, en los valores, en lo social, en lo sexual y en lo moral.

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Una investigación sobre el tema del lenguaje inclusivo de la Universidad de Stanford advierte que el lenguaje en sí mismo no es sexista, pero sí lo es la forma en que lo utilizamos y el eufemismo explícito que América Latina o en especial Hispanoamérica tiende a expresar formas perpetuas de género, por ejemplo, decir: “Sepan que nos sentimos ofendidos cuando se deforma la lengua española con el lenguaje inclusivo”, expresó el escritor Pablo Boullosa, que evidenciaba la exclusividad patriarcal del idioma y el machismo, sexismo cuando refiere o piensa que hacer un idioma inclusivo que sume toda la diversidad de género es una deformación es tan ofensivo porque lleva implícito un discurso de odio y se trata más bien de pensar en la persona primero antes que en el sexo.

La neutralidad gramática que ha propuesto la Real Académica Española explica el papel de la lengua en nuestro idioma de ser incluyente, promover una cultura de la diversidad; reducir brechas de desigualdad en la escuela, en la vida laboral y el espacio público, disminuye y promueve la reflexión en contra del sexismo, el prejuicio, la exclusión o microagresiones donde el centro del discurso debe encaminarse a la definición de la  persona no por su identidad de género  o una capacidad distinta, como primera instancia sino por la construcción cultural de creencias, valores y cultural.

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A pesar de que el lenguaje es una herencia cultural que interiorizamos, se trata de una sistema vivo que está en constante evolución y las palabras son ese instrumento que construye movimientos sociales de cambios y deben de ser también agentes de inclusión, aprendizaje y evolución a la par que las personas. Así que equivocarnos cuando queremos expresarnos desde la inclusión es inevitable, es una construcción y aprendizaje continuo, lo mejor es corregirnos, disculparnos y seguir construyendo un lenguaje inclusivo donde las personas seamos primeros antes que los prejuicios.

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