Con unas cuántas palabras logran que, en segundos, el corazón y el tiempo se detengan. Al leerlos, enmudecemos. Provocan una emoción que resuena dentro de nosotros como una verdad innegable. Descubro que, al pasar la mirada por sus letras, me toman de la mano para descender a las profundidades del misterio y la belleza. Me refiero a los poemas que, en realidad, hasta hace poco aprendí a ver y a apreciar.
Cuando era estudiante tuve que, como con seguridad muchos de ustedes, aprender algunos versos de memoria para cumplir con la tarea, pero nunca los alcancé a comprender del todo. Me parecían aburridos y tan complicados como las matemáticas. Un poema requiere tiempo que un joven no tiene. No hemos sido educados para apreciarlos o crearlos, al menos así fue con quien esto escribe.
Ahora me asombra la manera en que un poeta, con la guía del “menos es más”, descifra lo indescifrable, por medio de metáforas y similitudes. Es decir, expresa lo que los mortales sentimos y encontramos difícil poner en palabras. Me gustan los poemas cortos, que en un tris tras te sacuden. Entiendo que me encuentro en los primeros pasos como lectora de poesía. Iré poco a poco, pero es un hecho que cada día me gusta más. ¿Será la edad?, ¿será por haber bajado el ritmo de trabajo? O bien, se debe a la búsqueda de ese hilo dorado, al que William Stafford hace referencia en su poema “Así son las cosas”: “Hay un hilo que sigues. Pasa por las cosas / que cambian. Pero él no cambia. / La gente te pregunta acerca de lo que persigues. / Tú tienes que dar explicaciones acerca del hilo. / Pero es difícil para otros verlo. / Mientras lo sostienes te puedes perder. / Las tragedias suceden; la gente es lastimada / o muere; y tú sufres y te haces viejo. / Nada de lo que hagas puede detener el despliegue del tiempo. / Tú nunca sueltas el hilo”.
Rumi, Juan Ramón Jiménez, Rainer María Rilke, Steve Taylor, William Stafford, Howard Thurman, Mary Oliver son algunos de los poetas que tocan mis adentros y me mueven para reflexionar y les agradezco. Me conducen a un interior del cual las prisas, las pantallas y los pendientes me desvían.
Mi favorito, sin duda, es Rumi, un poeta místico sufí del año 1200: “Tu misión no es encontrar el amor, sino descubrir todas las barreras que has creado en tu interior para no verlo”. Uno lee esto y se asombra de la verdad aplastante que se resume en un par de renglones. Sin rollos, nos deja nockeados en el suelo. Otra muestra: “He sido un buscador y aún lo soy, pero ya dejé de preguntarle a los libros y las estrellas. Comencé a escuchar la voz de mi alma y de mi corazón”. Esta frase describe lo que me ha tomado años descubrir: yo soy mi camino. O bien: “¿Quién soy yo, de pie en medio de todo este trasiego de pensamientos?”, ¡vaya pregunta!
Otro de mis favoritos es, Juan Ramón Jiménez, poeta español de principios de siglo xx, quien ganó el Premio Nobel de Literatura en 1956, es “El momento”: “¡Que se me va, se me va! / ... ¡Se me fue! / Y con el momento, se me fue la eternidad”. ¿No nos sucede esto a diario a cada momento? Me parece genial la manera de hacérnoslo ver.
Y, para cerrar, de Jimenez también, “Yo no soy yo”. “Yo no soy yo. / Soy éste / que va a mi lado sin yo verlo, / que, a veces, voy a ver, / y que, a veces olvido. / El que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce, cuando odio, / el que pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando yo muera”.
Así, me doy cuenta de que he dejado de hacer por ser. Ser esta mujer que ha venido acompañándome serena y a quien al fin reconozco.
(Descansemos… ¡Felices Fiestas! nos leemos en enero. Gracias).