COLABORACIÓN ESPECIAL

La contradicción en patas

El deseo puede empujar hacia un lado o hacia el otro al unísono; transformándose en la causa compartida de dos efectos simultáneos que se contraponen.

El deseo es una gran sombra y una gran consciencia.
El deseo es una gran sombra y una gran consciencia.Créditos: Freepik
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Ya no sé a quién creerle. Está muy revuelta la cosa. Los budistas están convencidos de que es la principal causa de sufrimiento. Los cabalistas, por su parte, opinan que es fundamental para atraer situaciones favorables. Un nihilista te dice que es absurdo. El coach ejecutivo, lo exalta para impulsarte a conseguir objetivos ambiciosos. Para la psiquiatría, si hace falta, no cabe la menor duda de que se llama depresión; pero para cualquier persona observadora es evidente que, dentro de un estado de plenitud, su ausencia está marcada. En términos psicoanalíticos y de interpretación de los sueños, se extiende un glosario inacabable de símbolos o significados. Y para algunas religiones, es altamente propenso a convertirse en pecado. Conceptualmente, hay mucho enredo.

Y es que es así. El deseo puede empujar hacia un lado o hacia el otro al unísono; transformándose en la causa compartida de dos efectos simultáneos que se contraponen, a veces hasta el grado de ser polos opuestos. Es móvil y, a la vez, ofuscador de la acción. Tiene poder de sobra para dar vida y también para quitarla. Su anatomía contiene la gama completa de emociones, empezando el espectro en la abulia, pasando por el miedo que muchas veces lo motiva, y terminando en la esperanza que lo hace renacer cuando muere. En fin, es la contradicción en patas. Es lo más humano de lo humano. Ni bueno ni malo. Matizado. Dinámico. Falible. Y dependiendo del actor, encuentra su nivel de ductilidad.

Es un coexistente o cohabitante nato. Por ejemplo, frente a la candidata o el candidato con el que está por iniciar una relación, el centro del deseo se bifurca y, mientras las ganas de ya formalizar se expresan, también lo hacen los temores, deseando por su cuenta no sentir traición o abandono. En la esfera profesional, el fenómeno es parecido, en el recorrido de la misma situación, se anhela alcanzar el éxito y, de manera oculta, el resultado esperado es que no ocurra, para así estar a salvo de diversos escenarios que comprometen. Y podemos ir más allá, el ansia de mostrarse auténtico para hablar y vivir desde el corazón, por más que represente tolerar la vulnerabilidad, puede llevar de acompañante y tomada de la mano a la vergüenza, que tiene por pretensión esconderse y huir de la posibilidad de percibir rechazo.

Es decir, cuando su función es propulsora de movimiento, el deseo convive a sus antónimos en un espacio y tiempo compartido. Pero ¿qué pasa cuando, más bien, es paralizadora? ¿Cuándo se presenta vestido de tedio y abulia? ¿Cuándo su lugar es ocupado por la desgana? ¿No es también un querer? O ¿no puede su ausencia ser positiva? En esta faceta vuelve a tener un ángulo doble. El desgarrador, donde la esperanza ya ni siquiera agoniza; y el pacífico, donde la expectativa y “el esperar que algo ocurra” están rendidos, inmóviles, activando oleajes de tranquilidad y saciedad.

El deseo es una gran sombra y una gran consciencia. Puede hablar en la cabeza como pedinche y quejumbroso, condenando a una persona a la permanente decepción e insatisfacción; o puede trazar múltiplos caminos que muestran la ruta hacia la realización, incentivando, a la vez, la acción constante que, lo único que desea, es tener la posibilidad de actuar. El deseo se acostumbra a la cachucha que le des.

Gustavo Llorente

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