Autopoiética. Autónoma. Hegemónica. Un mantra que se destruye con beats oscuros. Susurros dispersos como lasers negros entre humo y vapor de la pista de baile. De los fragmentos análogos, renace una nueva versión digital de una artista negada a permanecer en el mismo lugar.
Mon Laferte se reinventa en su octavo álbum “Autopoiética”, el cual retoma el concepto de Autopoiesis, creado por su connacional chileno Humberto Maturana, que refiere a la capacidad de las células para regenerarse y sostenerse por sí mismas. A través de 14 piezas, la chilena-mexicana explora su propia capacidad para recrear y explorar una nueva faceta en su carrera.
Mon manipula sonidos nostálgicos para crear samples que musicalizan sentimientos e historias que habitan su mente. En “Tenochtitlán”, los violines crean una película oscura, narrada por la voz omnisciente de Mon. Una niña, un país, una raza sobajada y violada por un mundo cruel; sin embargo, ella le tiende la mano, seca sus lágrimas y le regala un atisbo de vida para no desistir, pues ve el gran valor dentro de su alma.
De igual forma, Mon crea su propio himno de amor propio en “40 y MM”. Decide callar su voz, para que las letras sean más contundentes; no necesita gritar para demostrar que, a sus 40 años, tiene el poder de crear, destruir y reinventar su imagen: “una milf, una maestra, una buena cantante”. Es trip-hop, es bolero, es salsa; es tan versátil y pura como la mezcla de su música.
¿Quién es Mon Laferte? Que les valga una... En “NO+SAD”, Mon satiriza las mil y una críticas que ha recibido a lo largo de su carrera. “Feminazi, vieja, flaca, comunista”. Usa un reggaeton nasty para sacudirse los dardos de un sistema patriarcal que juzga a las mujeres que alzan la voz. ¿Llorar por un like? ¿Miedo a la cancelación? Mejor bailar y reír sobre el enojo de quien no soporta. Que se resbalen con el sudor de estas nalgas.
Una Mon virtual se convierte en la protagonista de su propia ópera, en “Casta Diva”. Un coro entra en escena mientras canta el aria de “Norma” de Vicenzo Bellini. Mon, vestida de sacerdotisa glitch, se convierte en holograma que disrumpe la solemnidad del teatro con un riddim-estruendo. Canta por un amor, por un pasado perdido, envuelto en sonidos futuristas, de un porvenir incierto, pero del que sabe quedarán aplausos.
Con cada proyecto, Mon Laferte lleva sus ideas a nuevos puertos, como a nuevos países. En cada álbum explota un objetivo musical claro que ayude a explorar sus sentimientos. Ya cantó boleros, rock, salsa e incluso rancheras. Por ello, su catálogo está repleto de géneros y sabor, pero siempre marcados por el timbre de su voz y la pureza de su corazón. Una artista que, sin saberlo, se ha regido bajo un sistema autopoiético: autónoma, independiente y libre. Una cantante congruente y obstinada con su arte, su país, su mundo. Cien mujeres, una Mon autopoiética.