OPINIÓN GABY VARGAS

La ganancia de la pérdida

Si bien el costo de dichas “bendiciones” nunca se acercará al valor de lo perdido, encontrarlas le da un sentido a la pérdida.

El amor y el dolor son caras de la misma moneda. Si queremos vivir plenamente, hay que estar dispuestos a abrazar ambos.
El amor y el dolor son caras de la misma moneda. Si queremos vivir plenamente, hay que estar dispuestos a abrazar ambos. Créditos: Pixabay
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“¿Qué aprendiste con la pérdida?”, fue una de las preguntas que Fernanda Familiar me hizo esta semana en la presentación de mi libro Exhala, ante mi familia y amigos. A 15 meses de la partida de Pablo, el amor de mi vida, y una vez superada la etapa más difícil del duelo, reflexiono y puedo apreciar que las despedidas de nuestros seres queridos llegan, si lo queremos ver, no me atrevo a usar las palabras “regalos” ni “ganancias”, pero quizá “bendiciones” y “aprendizajes” que, de extraña manera, queramos o no, nos dan experiencia y nos llevan a ser mejores personas.

Si bien el costo de dichas “bendiciones” nunca se acercará al valor de lo perdido, encontrarlas le da un sentido a la pérdida.

Esa noche le contesté a Fernanda lo que vino de inmediato a mi mente, mas es una pregunta que me ha rondado desde entonces y ahora enlisto lo que siento que se aprende en el proceso de una pérdida.

El amor y el dolor son caras de la misma moneda. Si queremos vivir plenamente, hay que estar dispuestos a abrazar ambos.

El duelo no es interminable. Si lo honramos, le damos espacio, buscamos maneras de proporcionarle salida, un día nos damos cuenta de que sonreímos de nuevo. No obstante, se requiere de nuestra voluntad para tomarnos de la camisa y salir adelante. Buscar qué, quién, cómo y cuándo nos provoca exhalar con alivio.

En cambio, el amor es eterno y como dice la canción de Natalia Lafourcade “Hasta la raíz”, que tanto me gusta: “Yo te llevo dentro/ Hasta la raíz/ Y, por más que crezca/ Vas a estar aquí”. La unión con el ser amado, supera la ausencia y éste nos acompaña dentro de nosotros siempre. Sólo hay que aprender a distinguir esta nueva forma de convivencia.

Sí, las pérdidas se integran a nuestra vida, no se superan ni se olvidan. Un día, nos damos cuenta de que la vida es muy corta, nos espera allá afuera y nos invita a responder.

Estoy segura de que, aunque no veamos el cuerpo físico, el espíritu y la esencia, las personas amadas siempre nos acompañan, porque el amor es eterno.

La mejor forma de honrar la memoria de quien se nos fue es vivir contentos, plenos y conscientes. Imagino que nos observan desde esa otra dimensión y sonríen al ver que salimos adelante.

Nadie se recupera solo. Por lo que el apoyo de la familia y los amigos es muy importante y hay que cultivarlo siempre.

Hay que procurar no hacer de la pérdida el centro de nuestra vida. En nada ayuda y las personas a nuestro alrededor se cansan.

Ante la presencia de la muerte, las tonterías por las que antes nos preocupábamos cobran otra dimensión y se vuelven ridículas.

Es importante crear nuestro propio castillo, por medio de un trabajo, un pasatiempo, una pasión, para que, al momento de una pérdida, tengamos una estructura de cimientos prácticos donde refugiarnos.

La pérdida es una gran maestra. Nos muestra nuestras fortalezas, nos lleva a conocernos mejor y, al mismo tiempo, nos descubre independientes y más fuertes de lo que pensábamos. Nos sorprende comprobar que en nosotros hay lo que se requiere para salir adelante, porque la vida es muy sabia y somos parte de ella.

Es importante tener el valor de plantear con la familia esa conversación incómoda acerca de lo que deseamos o no deseamos para cuando a nosotros nos toque partir.

Hay que vigilar la mente para que no se escape por esa resbaladilla tan tentadora de la autocompasión, que puede conducir a una depresión.

 Finalmente, agradezco por lo que el cáncer nos transformó para bien, a pesar de todo el dolor y sufrimiento que nos ocasionó.