Dos lunas se elevan sobre la noche airosa de la Ciudad de México. Miles se adentran en una dimensión distinta de un mundo conocido; el Foro Sol se transforma como el paisaje de 1Q84 de Haruki Murakami. Desde una metrópoli decadente emerge The Weeknd, como si fuera un mensajero de destrucción, con una capa negra, una máscara plateada y las notas suaves de su voz: ¿trae salvación o aniquilación? Ninguna, sólo es el guía de este camino hacia el otro lado.
Desde sus incontables muertes, The Weeknd inicia su mensaje de “La Fama” traicionera. Sus acompañantes, como esfinges, se mueven estoicas por la pasarela mientras recrean la imagen de la gran ídolo de cromo; una efigie sin nombre creada por Hajime Sorayama, que asemeja una mujer robot en perpetuo ascenso.
El Starboy se presenta ante sus seguidores: un superhéroe, un “Party Monster”, con brazo cyborg de ultra fuerza, pero cubierto de cromo con ojos de luz rojos, que con un gesto de sus dedos, incendia la ciudad a su alrededor, arrebata el aliento de su público (“Take My Breath”) y reclama el alma de sus espectadores (“Sacrifice”).
La luna está a su merced, con luces de colores neón y llamas cambiando su atmósfera. Solo el aliento del público y alguna ráfaga fortuita la balancean sobre los seguidores llenos de brillo y sangre (falsa), que bailan y cantan con los coros de “Can’t Feel My Face”. La multitud palpita, como un gran cúmulo de estrellas, a veces rojas, a veces blancas, pero siempre en sincronía; todas en comunión con la voz de Abel, quien sólo camina por una pasarela en llamas, indiferente a los edificios desmoronados (“The Hills”).
El público ofrece su aire, su aliento, en globos blancos al escuchar el órgano de “House Of Balloons”. The Weeknd sonríe, acepta la ofrenda y responde con un gran abrazo para su México en esta nueva casa-dimensión. Este amor, casi obsesivo, lo embriaga de gritos, cantos y lágrimas. El Starboy, tras cantar de su corazón vacío (“Heartless”) y mente de playboy (“Often”), se reconoce como un humano más, uno lleno de dudas, defectos y dolor. Se desprende de la máscara, siempre fue uno con y de nosotros. Un hombre que perdió la fé… ¿en Dios? ¿El amor? ¿En sí mismo? Quién sabe, sólo se fue. (“Faith”)
Abel se infla de amor, como la Luna sobre él. Se acerca a su público y canta con ellos su canción favorita “Out Of Time”. Ríe con ellos y disfruta los momentos eternos de esta noche purgatorio. Nunca olvida su papel de guía. Una voz del más allá (Jim Carrey) le recuerda que su tiempo se está acabando, la ciudad casi se desploma. Sin embargo, sobre las ruinas siempre trascenderá el amor, de entre los escombros y las letras de “I Feel It Coming”, “Die For You”, “Save Your Tears” y “Less Than Zero”.
La ciudad congelada quedó destruida, en esta dimensión retrofuturista perdida en el tiempo. The Weeknd apunta sus luces al cielo, el público apunta sus luces al centro; las notas de “Blinding Lights” atraviesan como lasers el cielo; la batería truena el tiempo y el furor deslumbra la ciudad.
La energía aviva la gran llama en el pecho de Sorayama, en la Luna, en Abel. Se convierten en la gran flama que hipnotiza y atrae a las miles de polillas mexicanas hacia su nuevo mundo. La ciudad virtual retumba y cae con los golpes de “Moth to a Flame”. Desde la cima de un edificio, The Weeknd termina este viaje, esta noche, su misión: ha llevado a México al amanecer de una nueva dimensión.