OPINIÓN GUSTAVO LLORENTE

La creatividad está herida de muerte

Nos tocó vivir dentro de una época en la que, todos los días, la sociedad toma el camino de vivir páginas ya escritas.

Pareciera que hay una repulsión o alergia global hacia cualquier esfuerzo mental.
Pareciera que hay una repulsión o alergia global hacia cualquier esfuerzo mental.Créditos: Freepik
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Estarás de acuerdo conmigo en que, cada día, en los diferentes niveles de la rutina, de alguna manera se renueva el desafío de la página en blanco. Ya sea en una conversación. Alrededor de las decisiones ordinarias y tácitas. En las formas y los estilos. Al concluir un tipo de trabajo. Y en los temas sobre los cuales pensamos. ¿Por qué es así? Porque, sin la necesidad de entrar en alegatos, tú y yo podemos decir que hoy, ahorita, se pueden hacer variaciones a las cosas que hicimos o dijimos ayer. Es decir, la posibilidad ahí está, la página vacía existe, y ambas comparten un estatus continuo de vigencia. De eso, no hay discusión.

Sin embargo, y es el punto al que pretendo acercarme, es que nos tocó vivir dentro de una época en la que, todos los días, la sociedad toma el camino de vivir páginas ya escritas, idénticas, sean a título personal, por encomienda de alguien o por costumbre colectiva, pero siempre iguales. De lunes a domingo se reproduce el guion al pie de la letra. Ciertamente, la gente lo hace porque imitar o repetir es menos incómodo que vivir por medio del auténtico bote pronto, pero eso no me preocupa tanto. En realidad, la razón que sí me resulta vulgar, es que no quiere pensar, crear, ni echar a andar la máquina. Pareciera que hay una repulsión o alergia global hacia cualquier esfuerzo mental. Y se pondrá peor con la evolución de la Inteligencia Artificial.

La creatividad está herida de muerte. Agoniza entre redes sociales, series de ochenta y tres temporadas, la pereza de razonar, el ausente ejercicio de memorizar, las pláticas insípidas y el aturdimiento al que cada quien se somete. Quiero decir, está sucediendo lo mismo que con la página en blanco, incluso contando con ella, es más fácil huirle, dejar de usarla y quitarle los ojos de encima. Sin temor alguno, las personas están apagando la velita de la lucidez. Entonces, las creaciones se agotan, el arte a duras penas respira, las palabras que retumban en el alma están en peligro de extinción y la incomparable satisfacción de preguntarse: “¿cómo se me ocurrió esto?”, es una invitada que difícilmente toca el timbre. Salvo las innovaciones tecnológicas, que por cierto son las que en gran medida nos tienen sumergidos en dicho letargo, ya no queda mucho de los destellos creativos que emocionan y sacuden.

La mente contemporánea va como arrastrándose, con cobija en mano y los párpados a media asta; trata de moverse, cohibida, sobre terrenos exclusivamente conocidos y, cuando no es así, se hace de la vista gorda ante lo que siempre ha estado rodeando. Desde el momento en el que suena el despertador, hace esfuerzos por obstruir su propia visión. A pesar de que represente su eventual desaparición, prefiere ponerse en modo inactivo antes de que se le exija algo o se le haga alguna petición. Su energía está puesta en autoaniquilarse. ¡Quiere dejar de pensar! ¡Carajo!, ¿cuál es el punto de tener cabeza si la función para la que fue creada está en desuso? ¿Si no se dirige y se acude a ella en cada instante? ¿Si no toma las riendas del destino pretendido?

Lo único que puedo pedir en esta realidad que no tiene vuelta hacia atrás, donde no hay Belle Epoque, Renacimiento o Boom Latinoamericano, es que yo mismo, tú, mi familia, mis sobrinos y amigos, cada mañana demos a nuestra mente una orden firme de ponerse a trabajar. Aunque después nos segreguen quienes menosprecien el acto de pensar; aunque terminemos viviendo por allá, en un pueblo recóndito, donde la única actividad sea crear encima de páginas y conversaciones en blanco. Como decía Nabokov, pero en términos de esta columna: ¡despierta, cabeza!

Gustavo Llorente

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