Hace unos días acudí al Senado de la República a presentar un libro sobre la experiencia de distintas mujeres en campañas electorales. Mucho se habla de la necesidad de contar con más mujeres en la política pero poco se invierte en programas de capacitación y en plataformas para aprender de las mejores prácticas.
Las mujeres estamos lejos de la paridad en la vida pública a nivel global, ocupamos el 26.1% de los parlamentos, el 21% de los gabinetes y 30 mujeres se desempeñan como jefas de estado o de gobierno en 28 países, de acuerdo con datos de ONU Mujeres. De continuar con esta tendencia, al mundo le tomará 130 años alcanzar la paridad de género en los poderes ejecutivos.
Únicamente 5 países cuentan con más del 50% de mujeres en sus parlamentos: Rwanda (61%), Cuba (53%), Nicaragua (51%) y México (50%). Sin embargo, en 24 países las mujeres aún representan menos del 10% de los integrantes de sus cuerpos legislativos. Si no aceleramos los cambios legales, necesitaremos esperar al 2063 para lograr parlamentos paritarios.
De los 27 países que han logrado contar con al menos el 40% de mujeres en sus parlamentos, más de dos tercios lo han hecho a través de acciones afirmativas aplicadas en su legislación electoral o como asientos reservados. Las cuotas de género han sido un mecanismo institucional eficiente para acelerar los cambios culturales tan necesarios en la vida política, pero están lejos de ser suficientes.
Además de la implementación de mecanismos legales que favorezcan la participación electoral de las mujeres, es necesario generar procesos de aprendizaje y plataformas de intercambio de experiencias que ayuden a las mujeres a reducir la curva de aprendizaje y ser más competitivas.
Durante siglos la política fue un espacio de hombres, las mujeres hemos tenido que luchar hasta por el reconocimiento de nuestro derecho a votar y ser votadas. Los hombres definieron las reglas - tanto aquellas escritas como las informales -, el lenguaje, y hasta nos acostumbraron a estereotipos sobre las cualidades que definen el liderazgo. La paridad ya está mandatada en nuestra Carta Magna, pero para construir un México más incluyente e igualitario necesitamos cambiar nuestra cultura, empoderar a las mujeres y brindar las herramientas que permitan tener una competencia electoral más justa.
Hice campañas con muy distintos electorados y gané desde mi distrito local hasta la presidencia de la Unión Interparlamentaria en la que votaron legisladores de 179 países. Me quedé con grandes aprendizajes de cada una de esas campañas.
En lo personal estoy convencida de la indispensable determinación y voluntad que debe guiar la decisión de entrar a una contienda, de la fortaleza que necesitamos para enfrentar las críticas y cuestionamientos, y de la disciplina que nos impulsa a alcanzar el mejor resultado en cada jornada. Agradecí en cada campaña la posibilidad de conocer más a las personas y las realidades que enfrentan; sólo así se logra la empatía que inspira las transformaciones que mejoran la vida de la gente.
Las campañas se profesionalizan más cada día, las estrategias son más precisas y los requisitos legales son más complejos; para cada aspecto de la campaña se ofrecen consultorías, encuestas, diseños de imagen, entre otras áreas.
Muchas mujeres que quieren participar en la política no pueden darse los lujos de contratar costosos asesores, muchas de ellas cuidan a sus hijos al mismo tiempo que se esfuerzan por mejorar su comunidad. Es urgente que los partidos políticos y los organismos electorales destinen más presupuesto a programas y herramientas de capacitación para que todas las mujeres que quieren trabajar por México puedan lograrlo.