HÉCTOR ZAGAL

Demonios e inconsciente

Lo que motiva el lapsus depende de la psique de cada persona. Pero las palabras de un idioma en particular, como el español, facilitan la vía de escape de lo reprimido.

Hombre lamentándose (imagen ilustrativa)
Hombre lamentándose (imagen ilustrativa)Créditos: Pixabay
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¿Alguna vez han llamado a una persona por otro nombre? Un desliz, seguro. Pero, ¿qué lo motivó? Llamar a tu pareja por el nombre de tu padre o madre podría significar, en ciertos casos, que quizás hay una dinámica de autoridad parental inmiscuida en tu relación. Sigmund Freud (1856 - 1939) teorizó sobre los deslices o lapsus en el habla, escritura y lectura. Su análisis sobre qué nos lleva a comprimir dos palabras en una formando una tercera inexistente, a olvidar nombres, a trastabillar en la pronunciación de una palabra, a ver escrita una palabra que no está ahí o a equivocarnos al escribir, concluye con que estos “errores” son manifestaciones de deseos reprimidos, inconscientes, que encuentran una vía de escape en lo que nosotros interpretamos como equivocaciones. Lo que motiva el lapsus depende de la psique de cada persona. Pero las palabras de un idioma en particular, como el español, facilitan la vía de escape de lo reprimido.

¿Sólo lo inconsciente puede hacernos tropezar con el lenguaje y nuestros deseos? ¿Y si fuera una entidad maligna la que nos lleve a equivocarnos? Entre los monjes medievales, los errores escritos eran provocados por demonios al servicio de Satán mismo. Titivillus era el nombre que se le daba al demonio que introducía errores en el trabajo de los escribas. Dicen que al final de cada jornada laboral, Titivillus recogía en un saco todos los errores cometidos por los monjes escribanos y los llevaba al infierno. Estos errores serían registrados en un libro que serviría de evidencia para condenar a sus autores en el Juicio Final.

Titivillus, nombrado así por Juan de Gales a finales del siglo XIII, también es el demonio que propicia que los monjes no pronuncien correctamente las oraciones, sino que las reciten atropelladamente, sin pensar en qué se dice y a quién se le dicen. Además, procura que durante el rezo litúrgico, los monjes platiquen y se distraigan. No sólo atormenta a los monjes, también nosotros podríamos caer en sus trampas si relajamos nuestra atención.

¿Qué tanto afecta un ‘dedazo’? ¿Han escuchado hablar de la “Biblia maldita”? No es una Biblia que narre acontecimientos diabólicos ni las peripecias del hijo de Lucifer. Esta Biblia tiene un pequeño error tipográfico… Al hablar de los Diez Mandamientos se puede leer algo insólito: “Cometerás actos impuros”. Se imaginarán el escándalo provocado por semejante error. Esta Biblia en cuestión salió de la imprenta en el siglo XVII en Gran Bretaña. Los encargados del tiraje de mil ejemplares de esta Biblia maldita, Robert Barker y Martin Lucas, fueron multados por 300 libras y se les retiró su licencia para editar libros. Todo por orden de un irritado Carlos I de Inglaterra. Dicen que los mil ejemplares fueron arrojados a la hoguera, aunque se especula que unos diez ejemplares se habrían salvado. ¿Titivillus habrá estado detrás de este escandaloso error?

Freud nos dice que no es un demonio quien nos lleva a cometer errores al escribir, sino nuestros deseos reprimidos. Pero, como apuntaba Baudelaire, “el mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe”. ¿Y si Titivillus se alojara dentro de nuestros teléfonos inteligentes? El auto corrector, no me dejarán mentir, es nuestro peor enemigo.

Así que ya saben, las erratas de este artículo son culpa de Titivillus…

¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

Héctor Zagal y Karla Aguilar, autores de este artículo, conducen el programa “El Banquete del Dr. Zagal”

@hzagal  @karlapaola­_ab