Te aseguro querido lector, querida lectora, que si no hubiera espejos que nos revelaran la edad y si no fuera porque el cuerpo muestra el inexorable paso del tiempo, por dentro nos sentiríamos igual que cuando teníamos 20 años. Ese es el cuerpo interno, compuesto de una energía que no envejece, no muere y siempre está presente, es nuestra esencia. No se percibe con la razón y es difícil describirlo con palabras; es algo que siente, se sabe y descubre en el silencio, con los años se capta con mayor facilidad. Que lo ignoremos, al estar conectados sólo con los problemas y el mundo exterior, es otra historia.
Habitar el cuerpo y llenarlo de conciencia es una forma de abrazarlo y agradecerle todo el trabajo que las células, los órganos y los sistemas realizan sin descanso; es reconocer esa inteligencia superior que lo creó, lo forma, lo gobierna y es nuestro verdadero yo; es darnos cuenta de que, en efecto, como dijo el astrónomo estadounidense Harlow Shapley, en 1929, "estamos hechos de polvo de estrellas", no hay nada falso en nosotros. Estamos hechos de la verdad, de la vida que sostiene todo, del bien y de lo absoluto. ¡Vaya grandeza! Y teniendo todo esto dentro de nosotros, buscamos las soluciones afuera.
La tarea principal de nuestra mente es la sobrevivencia. Es así que siempre está pendiente de cualquier amenaza exterior, lo cual es una maravilla. Sin embargo, vigilar, comparar, juzgar y analizar se ha vuelto un hábito del que ya no somos conscientes. De esta manera, la mente pasa de ser nuestra protectora a nuestra raptora. Hemos deshabitado el cuerpo por completo, para vivir atrapados en la mente.
La invitación de hoy es a reconocer el cuerpo interior que te agradecerá que lo voltees a ver y lo traigas a la conciencia mientras vivimos en el mundo exterior. Si pudiéramos enfrentar los retos, la cotidianidad, las situaciones complejas y el trato con las personas conectados con esa vida interna, encontraríamos con mayor facilidad el verdadero balance en la vida.
Mientras mayor conciencia traigamos al cuerpo, el sistema inmune se fortalecerá más. Como diría Eckhart Tolle, si el jefe no está presente en la casa, la tomarán todo tipo de personajes sombríos. Cuando habitas tu cuerpo es difícil que entren los invitados no deseados. Al habitar el cuerpo elevas la frecuencia vibratoria de tu campo energético, para hacer que las vibraciones más bajas, como las que acompañan el temor, la ira, la depresión y demás, existan en una realidad diferente.
Recuéstate boca arriba. Cierra los ojos. Relájate. Inhala y exhala. Ahora visualiza una esfera de luz en las plantas de tus pies, un resplandor que las habita y despierta a las células de un largo sueño. Percibe el lento recorrido de ese brillo por cada parte de tu cuerpo, observa que permanece en ellas durante unos segundos. Siente la vida en ese universo interior y aprecia tanto como puedas la energía intensa. Continúa el viaje a través del pecho, la cabeza, los brazos y las manos. Advierte la totalidad de tu cuerpo energético.
Te tomará unos cuantos minutos hacer por las mañanas esto que te describo, incluso sobre la cama antes de levantarte o bien por las noches antes de dormir. Es un ejercicio o meditación no solamente placentero, sino con grandes beneficios, como retardar el envejecimiento y elevar el sistema inmune. Te pido que, para comprobarlo, lo pongas en práctica.
Habita tu cuerpo por unos minutos cada día, en especial cuando sientas los primeros síntomas de alguna enfermedad y tu mente se dirija a la negatividad. Verás lo placentero y benéfico que es.