Es un privilegio conversar sin pretensiones ni diferencias o máscaras para impresionar. Cuánto se gozan esos momentos, con una taza de café o una copa de vino, cuando la libertad de expresarnos y mostrar la vulnerabilidad aflora sin temor a ser juzgados. El tiempo no cuenta, no hay competencia ni vanidad, sólo el tranquilo y honesto intercambio de pensares y sentires. El tema es lo de menos. Más allá de las palabras, lo importante es la calidad energética que subyace y alimenta una relación, ya sea con la pareja, un hijo o una amistad.
Para ser un buen conversador no es necesario hablar mucho. Incluso los silencios y las pausas son benéficas. ¿Cuántas veces dicha magia sucede en el momento menos esperado? Por ejemplo, cuando al despedirnos de alguien, en el quicio de la puerta o antes de subirse al coche alguien dice: "Oye