¿Algún día dejaremos de escribir a mano? Espero que no. Hay un placer especial en rasgar el papel para dar cuerpo a una idea, para petrificarla en el tiempo. Dibujar las ideas que nos vienen a la mente nos permite conjugar en un solo acto al cuerpo y al espíritu. Además, me parece que nos obliga a ser más ordenados y cuidadosos. La hoja en blanco es como un lienzo en el que cada palabra-pincelada cuenta. Hay que detenernos a pensar cómo queremos que luzca nuestra pintura-texto.
La escritura a través de los teclados tiene sus bondades, claro. En mi caso, el teclado de la computadora me ha permitido escribir mis libros con relativa comodidad. Además, la escritura en teclado también es bella. Pienso en esos momentos de inspiración que nos llevan a recorrer el teclado como un virtuoso acariciaría un piano. Las máquinas de escribir, por su parte, mantiene su encanto; pero son piezas arqueológicas. Corregir en máquina de escribir es muy complicado. La escritura en computadora, en cambio, altera nuestra interacción con la escritura. La página siempre puede quedar pulcra, como si nada hubiera pasado. La hoja en blanco es una devoradora insaciable. Borrar lo escrito en la computadora es fácil e indoloro. En cambio, las estocadas con tinta roja, los tachones, las correcciones sobrepuestas, hacen de un texto un mapa del tesoro, un sitio arqueológico, una máquina del tiempo.
Antes de la máquina de escribir y la computadora, para escribir era necesario tener muchos materiales a la mano. En un inicio se escribía en arcilla y cera utilizando estiletes. Después vendría el cálamo, una caña hueca cortada oblicuamente en su extremo. Isidoro de Sevilla (c. 556-636), Padre de la Iglesia, menciona en sus Etimologías la labor de los escribanos y sus herramientas, entre las que cuenta al cálamo y a la pluma. La pluma es de ave y, nos cuenta Isidoro, que se le llama pluma, penna en latín, deriva su nombre de "pender" en el aire, es decir, volar. Esto porque, como se dijo, la pluma es de ave. Parece que el latín penna refería, originalmente, a las plumas del ala de un ave. Isidoro suele ser más ingenioso en sus etimologías que exacto. Sobre la pluma también nos cuenta que su punta está dividida en dos secciones. Esto le inspira el reconocimiento de un Misterio: las dos secciones de la pluma representan el Antiguo y el Nuevo Testamento, y con ellas se expresa la palabra con tinta que corre como lo hiciera la sangre de la Pasión. ¿Y si volver a escribir con pluma y tinta nos pusiera en condiciones de comunicar la palabra divina? No estaría de más intentarlo.
La humanidad escribió con plumas de ave hasta el siglo XIX, cuando se inventó el plumín o plumilla. Ésta cumplía la misma función que la pluma de ave y también tenía que ser hundida en un depósito de tinta, pero su punta era de metal. Las cosas darían un giro con la pluma estilográfica (pluma fuente), que es, en esencia, un plumín con depósito de tinta. El siguiente gran paso fue la llegada del bolígrafo. Uno de los grandes problemas de las plumas fuentes, además de que podían chorrearse, era que se atascaban. ¿Cómo resolver esto? Ladislao Biro, a quien se le atribuye la invención del bolígrafo, cuenta que se le ocurrió que podía mejorar las plumas fuentes después de ver a uno niños jugar con canicas. Dio la casualidad de que unas de las canicas de estos niños pasaron por un charco y salieron trazando una línea de agua en el suelo seco. Ahí estaba la solución: en lugar de una punta metálica que expulsara tinta usaría una esfera metálica. Biro patentó un prototipo de su bolígrafo en 1938. Durante la década de los 40 se empezaron a producir bolígrafos a bajo costo y al alcance de todos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal @karlapaola_ab
(Karla Aguilar y Héctor Zagal, coautores del articulo, conducen el programa de radio "El Banquete del Dr. Zagal" todos los sábados a las 17:00 en MVS 102.5)