El dolor acompaña la vida. ¿Qué prueba más certera de que estamos lidiando con un ser vivo y sintiente que una queja o un grito desesperado de dolor? El dolor y la vida tienen una relación muy íntima. Aunque esto no significa que el dolor sea el único signo de ella. El placer también es una manifestación innegable. Sin embargo, el dolor, no me dejarán mentir, es más escandaloso. No sólo en cuestiones de ruido, sino porque nos interpela a todos y nos exige una respuesta, un auxilio. El dolor es urgente.
¿A quién le gusta sentir dolor? ¿El dolor puede ser un bien? En primera instancia, parece que no. ¿Quién querría el dolor por el dolor mismo? De acuerdo. Pero el dolor acompaña a muchos placeres que son queridos en sí mismos. La salud, uno de los mayores bienes, se obtiene y se cuida gracias a algunos dolores momentáneos como el ejercicio, algunas operaciones o tratamientos, incluso a algunas prohibiciones. ¿Han escuchado hablar del síndrome de abstinencia? Seguro lo primero que les viene a la mente es el síndrome de abstinencia del alcohol o de drogas duras como la heroína. Sin embargo, este síndrome puede presentarse incluso después de haber abusado de una sustancia tan aparentemente inofensiva como la cafeína. Recuperarse del abuso de sustancias es doloroso, pero vale la pena. Al menos así lo consideran quienes optan por detener su abuso de sustancias.
No creemos que el dolor siempre sea signo de que viene un bien mayor ni pretendemos imponer el dolor como un objetivo. Más bien, queremos mostrar qué tan íntimamente ligado está a nuestras experiencias, qué tanto puede condicionar nuestra manera de gozar. Nos parece que la idea utópica de un mundo sin incomodidades de ningún tipo y cuyo objetivo sea nunca más experimentar dolor alguno en aras del placer absoluto falla, pues deja de lado todos los placeres que dependen del dolor.
Hay placeres que no pueden concebirse sin un dolor previo. Pensemos en la sed. El placer de saciar la sed depende de que exista un dolorcillo y malestar previo que demanda ser satisfecho. Hay un momento en el “Fedón”, uno de los diálogos de Platón, en el que Sócrates reflexiona sobre la relación entre dolor y placer. Después de que le han quitado los grilletes, Sócrates puede sentarse y frotarse la pierna. Entonces les comenta a sus amigos, quienes lo visitan en la cárcel, que dolor y placer son inseparables: al dolor provocado por los grilletes le sigue, inmediatamente, el placer de no tenerlos. El placer es un bien deseable. El placer de librarse del dolor es uno de los varios tipos de placeres. Por tanto, hay placeres cuya condición de posibilidad es la existencia del dolor.
Con todo, hay dolores que pueden evitarse y es deseable que se eviten porque comprometen la calidad de vida. Por ejemplo, el dolor de cabeza, de muelas, de una cirugía, de la artritis. ¿Por qué no detener una migraña incapacitante? ¿Qué objetivo tendría sentir cómo te arrancan la muela del juicio? ¿Cómo evitar que una persona se retuerza de dolor mientras se le extrae un tumor?
La nos provee de todo tipo de sustancias que nos permiten no sólo protegernos de algunos microorganismos, sino que también nos surte de todo tipo de remedios para el dolor. Los antiguos griegos ya conocían y usaban el opio por sus cualidades analgésicas. Uno de los tratamientos más interesantes de la antigua medicina griega es el ensueño sanador. Éste se conseguía ingiriendo jugo de adormidera, es decir, opio.
El opio fue una de las sustancias más socorridas para cesar el dolor, pero también existieron otros métodos. Uno de ellos es la compresión de las arterias carótidas (las que se encuentran en ambos lados del cuello) para provocar que una persona perdiera la consciencia. En la Edad Media se usaron esponjas empapadas con jugos de plantas con cualidades somníferas y anestésicas. Pero la anestesiología moderna nació en el siglo XIX.
Hoy, 16 de octubre, se celebra el Día Internacional del Anestesiólogo. La fecha recuerda el 16 de octubre de 1846, día en que el cirujano John C. Warren (1778-1856) extrajo un tumor del cuello de un paciente que no experimentó ningún dolor durante la operación gracias a que había inhalado vapor de éter. Éste fue administrado por el dentista William T.G. Morton (1819-1868), pionero en el uso del éter como anestésico.
La anestesia no termina con la aplicación de ésta; el anestesiólogo se encarga de dormir al paciente, pero también de velar por el paciente durante las intervenciones quirúrgicas a las que se somete y, lo que es más importante, de que el paciente despierte.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal @karlapaola_ab
(Héctor Zagal y Karla Aguilar conducen el programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal)