Profanación y saqueo de tumbas

El caso del pequeño Tadeo dio la vuelta al mundo e indigno a la población de todo el país por la crueldad con la que se cometieron dichos actos.

El caso del pequeño Tadeo ya le dio la vuelta la mundio debido a lo impactante ya terrado que fue/ fotos: Pixabay
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En el cuento "El Sabueso" (1924), H.P. Lovecraft nos cuenta el descenso al horror y la locura de un narrador que, junto con su amigo St. John, se dedica al saqueo de tumbas. Ambos han formado ya una macabra colección en una habitación especial en la mansión que comparten. Sin embargo, no la muestran a nadie pues, como confiesa el narrador, su afición por el saqueo de tumbas es demasiado vergonzosa como para compartirla con nadie. Un buen día, el narrador y St. John, viajaron a un cementerio holandés para exhumar el cadáver de un saqueador de tumbas, como ellos, que había muerto hace 500 años. Después de remover grandes cantidades de tierra, los amigos dieron con el ataúd. Dentro de él se encontraban los restos de quien otrora compartiera con ellos el insaciable placer por la profanación de sepulcros. Pero lo que les llamó la atención fue un curioso amuleto de jade que representaba a un sabueso alado o a una esfinge con rostro canino. Los eventos que siguieron al robo de este amuleto es materia de la que están hechas las pesadillas. No les cuento más; vale la pena que lean el cuento.

Lovecraft describe a sus saqueadores de tumbas como personas que han coqueteado con todo tipo de filosofías para curarse del hastío. Sin embargo, lo único que los ha mantenido vivos es la profanación, la experiencia de violar lo sagrado. Otros saqueadores de tumbas han sido impulsados por una, digamos, necesidad académica. Ambrose Bierce (1842-1914) definió al ladrón de cadáveres (body snatcher) como "el que despoja de gusanos los sepulcros, el que provee a los médicos jóvenes con lo que los médicos viejos han provisto al enterrador" (sic). Y es que durante los siglos XVIII y XIX, especialmente en Estados Unidos e Inglaterra, el saqueo de tumbas proveyó a los estudiantes de Medicina, profesores de anatomía y cirujanos, del material necesario para sus prácticas. Quienes practicaban el robo de los cuerpos para su uso académico fueron conocidos como "resurreccionistas". Aunque la exhumación del cuerpo no era ilegal, el robo de objetos enterrados con el difunto y la disección del cadáver sí eran un crimen. Los únicos cuerpos que podían ser diseccionados legalmente eran los de criminales ejecutados.

Los estándares morales y creencias religiosas han visto con muy malos ojos el saqueo de tumbas y, claro, la disección de cadáveres. Una profanación, como aquella que tanto excitaba a los personajes de Lovecraft. Sin embargo, esta práctica es muy antigua. Se sabe que en el antiguo Egipto hubo una crisis de atracos a las tumbas reales en busca de oro, plata y otros objetos valiosos con los que se solía acompañar a los cadáveres del Valle de los Reyes.

Algunos estudios históricos han encontrado que el robo de cadáveres solía centrarse en los cuerpos de gente pobre y marginada. Por ejemplo, en el siglo XIX, el robo de cadáveres en Estados Unidos estaba dirigido hacia las tumbas de personas negras. El que los cementerios destinados para personas afrodescendientes estuvieran separados de aquellos para personas blancas y que se ubicaran en los límites de las ciudades, facilitaba el trabajo a los ladrones de cadáveres. ¿Quién iba a notarlo? Y si lo notaban, ¿a quién le iba a importar?

Estas preguntas tienen un filo particular para quienes vivimos en México. El 10 de enero de este año, un bebé apareció en un bote de basura del penal de San Miguel de Puebla. Había sido inhumado tan sólo cuatro días antes en el panteón San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, Ciudad de México. Las investigaciones alrededor del robo del cadáver de Tadeo, como se llamaba el bebé, giran alrededor de varias cuestiones: quién exhumó el cuerpo, por qué nadie se dio cuenta del robo, cómo ingresó el cadáver de un bebé al penal, para qué.

El cuerpo del bebé ha sido devuelto a los padres, pero las dudas siguen clavadas en el pecho de todos los mexicanos. Este suceso es verdaderamente macabro, como de película de terror. Lamentablemente, la realidad supera, una vez más, a la ficción. Pensemos en el doble dolor de los padres. Primero pierden a su bebé y, después, se enteran de cómo el cadáver del pequeño fue profanado, utilizado, desechado. No podemos ignorar lo ocurrido. No podemos normalizar este crimen. Sentirnos horrorizados es lo más humano.

@hzagal

(El autor es conductor del programa de radio "El Banquete del Dr. Zagal" y profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana)

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