Este 2021 es el año imaginado y profundo de la historia de México, porque significa la revisión del suceso definitorio en la vida de lo que hoy llamamos Hispanoamérica, desde el argumento \u2013enraizado en este actual gobierno\u2013 entre el México imaginario y el México profundo. Dos categorías que en muchas ocasiones y discursos representan un enfrentamiento y contradicción, reviviendo las heridas y las ideologías de fuerzas contrarias. Evidenciado en la maqueta conmemorativa de los recintos sagrados de Tláloc y Huitzilopochtli con el lema de 500 años de la resistencia indígena, la dirección imaginaria del Estado hacia los pueblos originarios e imponiendo una visión ideológica de la historia de México desde el centro del país y el discurso oficial de los sucesos.
Como lo afirmó el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla en su celebradísimo libro México Profundo (FCE, 1987), el discurso político sobre el pasado histórico nacional se construyó desde el México imaginario que buscó a fuerza de sus escenificaciones, representaciones, arquitectura y modo de organización ideológica, social y cultural referir una identidad propia negando el pasado mesoamericano, exaltando la vida occidental, sobre todo los beneficios coloniales, imperiales y tecnológicos que derivó de la conquista, del liberalismo del siglo XIX y de los años del porfiriato. Es decir, es el México de las Instituciones nacionales con los principios occidentales de los derechos y visiones de las ideologías internacionales. Por ello, el antropólogo Bonfil llamaba que ese fue el México imaginario, es que se creía refrendar y consolidar sus siglos y batallas.
El México profundo es aquel que buscó refrendar la condición mesoamericana desde la óptica de los intelectuales, de los ideólogos posrevolucionarios que buscaron conciliar los intereses de los marginados de las ideas: las leyes de Reforma (1857); la Reforma Agraria (1917) y el muralismo mexicano (1921-1950) que buscó crear una reflexión idealizada, utópica de lo indígena, de la revolución mexicana, del campo y los derechos campesinos, que provocaron décadas de discusiones y desacuerdos sobre lo que significaba lo nacional, lo regional y lo pasado indígena.
Se trataba de un síndrome nostálgico de cada uno de los extremos del péndulo, que los investigadores y críticos de la segunda mitad del siglo XX intentaron diluir con nuevas reflexiones, análisis o planteamientos nuevos a una vieja búsqueda por definir qué significa ser mexicano: su historia, su pasado, su herencia y su porvenir.
En este momento, tras los discursos ideológicos revisionista que el gobierno actual ha encaminado por una propuesta de izquierda nacionalista neocardenista: exaltación y reivindicación del pasado mesoamericano, de los pueblos indígenas, de la crisis y fracaso del modelo neoliberal, parece recobrar sentido aquella dicotomía de lo profundo y lo imaginado, que el Estado pretende dotar de una esencia mexicana que recae en una mirada casi exclusiva al mundo indígena con el objetivo de crear desde y sólo por ese camino la cultura nacional.
Sin embargo, lo que olvida o descuenta esta impronta del gobierno actual es justamente que la riqueza y admiración desde el exterior de la cultura mexicana es esa superposición \u2013que no necesariamente en paz- de la diversidad de culturas regionales, originarias y nacionales que nos une en profundad e imaginación. Sin que tenga que elegirse una de las dos posturas.
La maqueta conmemorativa debe ser el objeto que nos lleve a lo profundo y lo imaginado, pero la ciudad de México vuelve a enviar el discurso aislante e impositivo: ésta es la historia (oficial) desde el centro del país para la nación. Un fantasma que nos persigue en la imaginado y lo profundo. ¿Podremos superarlo?…
Abramos la discusión: @salmazan71