A casi cuatro décadas de la notificación de los primeros casos de VIH-SIDA en nuestro país, la realidad epidemiológica y su tratamiento es totalmente distinta, a pesar que aún la ciencia y las farmacéuticas siguen sin lograr un tratamiento que cure y prevenga su contagio, la medicina antirretroviral ha dado una batalla contundente mejorando la calidad y condición inmunológica de quienes viven con el virus.
México es el país de América Latina con mayor número de casos acumulados de esta pandemia, constituyendo uno de los desafíos más importantes \u2013junto el cáncer, la diabetes y el covid-19\u2013 en materia de salud pública. Su seguimiento, detención y tratamiento oportunos y temprano se hizo complejo en los últimos 16 meses, con la llegada del virus causante de covid, ya que los centros especializados en VIH-SIDA redujeron sus consultas, detecciones y tratamiento, provocando un desequilibrio en el seguimiento, cobertura de medicamentos y registros actualizados.
Con más de 313 mil casos detectados desde 1983 hasta este 2021, cerca del 40% han muerto en estas casi cuatro décadas, la esperanza de mejorar su calidad de vida y mantener un sistema inmune controlado ha cambiado conforme los laboratorios y tratamientos fueron perfeccionando la respuesta del virus de deficiencia en el cuerpo causante del VIH y sus derivados padecimientos como el SIDA. Ensayos clínicos, protocolos farmacéuticos, métodos como el PrEp (Profilaxis de exposición) han permitido que hoy día el mundo entero experimente otra condición en el enfrentamiento de una pandemia que tiene a la humanidad desde hace 4 décadas en vilo, a comunidades sojuzgadas y señaladas por sus prácticas sexuales y de adicciones a inyectables.
Ante el panorama actual de un nuevo virus sin esa carga moral como el del VIH; la realidad social es que hemos enfrentado en casi dos generaciones pandemias que han pasado del asombro y descontrol a las evidencias científicas que permiten acercarnos a un comportamiento, sistemas más o menos certeros de prevención y tratamientos. Un virus nuevo reta la ciencia y descuida el anterior, provocando el que se expanda, se salga de control o se reduzcan los estudios de efecto colateral.
En nuestro país, la realidad en materia de salud pública es frágil, insuficiente en su cobertura y con rezagos uy profundos en lo administrativo, presupuestal, detección, tratamientos y calidad. Somos una población enorme, compleja y con padecimientos crónicos diversos que pueden ser atenuantes en el momento de la llegada de un nuevo virus. Ha pasado con el VIH en estos últimos meses, su falta de detección (clínicas especializadas redujeron sus citas y consultas); el incremento de ITS (infecciones de transmisión sexual como sífilis o herpes hasta un 73% según el reporte de la Secretaría de Salud a propósito del Mundial de Lucha contra el SIDA 2021.
Por otro lado, la protección y garantía de los derechos humanos a las personas que viven con VIH-SIDA en nuestro país como en muchos más de América Latina presentan aún deficiencias en su cobertura. Por ejemplo, aún sin que las cámaras aprueben el derecho de tener seguros de vida, de gastos médicos mayores o equidad en los tipos de intereses y créditos que una persona libre del virus. Nuestro país aún discrimina o sujeta a contratar un empleado a una prueba de diagnóstico de VIH, o se despide a quien en el trascurso de su vida laboral lo adquiere. El Consejo Nacional para erradicar la discriminación ha atendido cerca de 300 quejas en un año por este motivo y 41 de ellas por acoso laboral o despidos por la causante de VIH.
Esa es la otra pandemia que consideramos fuera de un radar colectivo, social o de estudio e impacto en los países, sin embargo, está en frágil atención, en aumento y sin una cura cuarenta años después de su detección. Es la realidad de las pandemias.