Hasta hace poco, en Arabia Saudita estaba prácticamente prohibido celebrar la Navidad. No hay que olvidar que los saudis no gozan del derecho a la libertad de creencias. Sólo los extranjeros con visa de diplómático o de trabajo, pueden profesar una creencia distinta del Islam en aquél país.
Actualmente, la situación va camiando poco a poco en aquel reino y ya es posible comprar legalmente un árbol de Navidad o colocar cierta decoración navideña. No obstante, algunas autoridades religiosas miran con recelo las tímidas reformas del actual rey. Saben que la Navidad es esencialmente cristiana, como lo releva su nombre el inglés: Christmas.
Sin embargo, si algunos musulmantes recelan del carácter cristiano de la Navidad; en Occidente, la navidad se seculariza a pasos agigantados. Creo que un instrumento clave de este proceso de secularización ha sido Santa Claus. Nuestro querido amigo Santa es una figura religiosamente neutra, aséptica, casi agnóstica. Su figura no alude ni remotamente a Jesús ni a la Biblia. ¿Esto está mal? No, no es algo censurable. La libertad de creencias es un derecho fundamental y cada quien tiene derecho a vivir la Navidad como se le antoje o, incluso, a no vivirla. En mi caso, como procedo de un entorno cultural católico mexicano, me siento más cómodo con un nacimiento de barro que con el árbol de Navidad, y con los los villancicos de pastores que con las canciones de Rodolfo el reno de la nariz roja.
Pero también Santa Claus proviene del cristianismo; precisamente por eso lleva el "san", título que católicos y ortodoxos otorgan a personajes venerables. La figura de Santa Claus tiene sus orígenes en San Nicolás de Bari, por el lugar donde descansan sus restos, o como San Nicolás de Myra, por su lugar de nacimiento. San Nicolás fue un obispo del siglo IV. Nació en una familia acaudalada por lo que pudo poner a disposición de los más necesitados su gran fortuna. Sobre él corren varias leyendas. Una de ellas cuenta cómo impidió que un padre, hundido en la miseria, prostituyera a sus hijas. Tras enterarse de lo que planeaba hacer el desalmado padre, San Nicolás dejó caer por la chimenea de su casa unas monedas de oro mientras la familia dormía. Casualmente, estas monedas cayeron en las medias que las jóvenes habían dejado ahí para que se secaran. De ahí la costumbre de la bota o calcetín llena de dulces o regalos. Se trata, por supuesto, de una leyenda. Para comenzar, en el siglo IV, las mujeres del Asia Menor no utilizaban medias. Además, es muy mala idea aventar oro por una chimenea. ¿No les parece?
¿Y cómo pasamos de San Nicolás de Bari a Santa Claus? La fiesta de San Nicolás se celebra el 6 de diciembre. Ese día, Holanda y algunas partes de Bélgica y Alemania son visitados Sinterklaas, figura inspirada en San Nicolás. Sinterklaas es un hombre de edad venerable, con una abundante cabellera y barba blancas, ataviado con una casulla roja, sobre una sotana blanca, una mitra roja y un anillo de rubí. Además, lleva consigo un báculo episcopal. Montado en su caballo blanco, Sinterklaas se pasea por las calles. Pero no va solo; lo acompaña Zwarte Piet, o Pedro el Negro, el pajecito que le ayuda a repartir dulces y obsequios entre los niños bien portados.
Dicen que fue el escritor estadounidense Washington Irving (1783-1859) quien deformó el neerlandés Sinterklaas en el Santa Claus que ahora conocemos en la sátira "Una historia de Nueva York" (1809) en la que mencionaba, entre otras, las tradiciones de holandesas del estado. Y es que Nueva York fue un asentamiento neerlandés antes de volverse parte de las colonias inglesas en Norte América. Después, en 1823, Clement Clarke Moore publicó un poema en el que presentaba a un San Nicolás cálido, amistoso, grande. La descripción de este personaje inspiró al artista Haddon Sundblom a dibujar a Santa Claus como un hombre barbado, regordete, sonrosado y bonachón. Esta sería la imagen que cierta marca de refrescos haría llegar a cada rincón del mundo desde 1931.
A lo largo del siglo XX se fue formando la historia de la vida que Santa Claus lleva en el Polo Norte. La Sra. Claus mantiene limpia la casa, comida en la mesa, mientras su esposo explota a un grupo de duendecillos indocumentados. ¿O me van a decir que los están ahí por gusto? Y el día 24, Santa carga su trineo y truena su látigo sobre los renos para pueda zurcar velozmente los cielos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
(El autor es conductor de programa de radio "El Banquete del Dr. Zagal" y profesor de la Facultad de Filosofía de la Univesidad Panamericana)