En el cuento del Flautista de Hamelin, el artista logró ahuyentar una plaga de roedores del pueblo con el encanto de su flauta y al sentirse traicionado por el alcalde -quien no pagó la bolsa de monedas que prometió por la ayuda- siguió tocando para alejar a los niños de la comarca. En el relato, se trata de un paladín y un embustero, ambos mordiendo el anzuelo del poder\u2026 la vida real y más aún, la nuestra en estos días, parece envolverse en retóricas desproporcionadas de paladines y embusteros maniqueístas que a nombre de su justicia y memoria ignorante arrancan las hojas de la historia, califican, enjuician y definen la ruta por donde debe definirse la memoria colectiva.
La desproporcionada idea del flautista Horacio Franco a nombre de su calidad de consejero cultural del gobierno de la Ciudad de México, propuso cambiar los nombres a las calles Isabel La Católica y Porfirio Díaz ya que según el artista, ambos hicieron daño a la humanidad en su momento. Ella por el trato a judíos y moros en la expulsión tras la reconversión católica y patrocinar la conquista y al oaxaqueño, por su dictadura. Ambas razones, son en forma y sustrato una visión reduccionista, simplista y apócope de las personas y la historia misma, demostrando su escaso argumento, mínima formación intelectual y encantador deseo de quedar bien antes que servir a las causas culturales de esta ciudad en nuestros ya convulsos tiempos.
Esos arrebatos pasionales simplistas de paladín popular son conocidos por el artista quien en su momento irrumpió la intimidad del cronista Carlos Monsiváis en su funeral al colocarle sobre el féretro la bandera LGBT sin argumento ni razón justificada, en un mero acto caprichoso sobre la persona. En esta ocasión, sus propuestas suenan más a complacer a los intereses del actual gobierno que un genuino deseo de y convicción e incluso compromiso con la memoria histórica, mostrando su pasión antes que su razón.
Los consejos culturales, las discusiones de interés público de temas sensibles en las grandes ciudades se discuten en foros transparentes, democráticos, científicos, intelectuales y diversos donde impera la razón, las ideas y las verdaderas aportaciones al cambio, no son ligerezas ni ocurrencias porque entonces caemos en las banalidades manipuladoras de ideologías a modo, lo que vuelve un riesgo y un perfil a manera de los dictadores.
La selección de los personajes como de los sucesos históricos que en el pasado se decidieron como memoria urbana registradas en las calles, avenidas, barrios y fechas conmemorativas deben sí revisarse, exigen un profundo estudio, detallado análisis de su pertinencia, vigencia y en su caso ajuste con el objeto de mirar al futuro, sin pasiones ni arrebatos líricos. En este sentido, un consejo cultural, histórico y político permitiría evaluar con el compromiso de no repetir, reparar y en su caso definir los diversos sucesos que deben integrar los momentos que confirman nuestra memoria, diferenciando lo histórico y lo situacional. Es decir, no se define por arrebatos, ni ocurrencia, menos aún por conveniencia partidista.
Las decisiones que a partir de ahora se tomen sobre la ciudad, sus calles, sus personajes, sus esculturas, sus momentos y memoria deben ser un patrimonio democrático, profundamente reflexionado y consensuado con enorme conocimiento, análisis, visión y estudio de su impacto. No solo con pasión, fervor ideológico y ocurrencia de canto de sirenas porque se puede caer en el peligroso ejercicio de la ignorancia, la dictadura y el maniqueísmo. Necesitamos un coro de voces no un solo aliento arrebatado.
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