A finales del siglo XV España vivió uno de los momentos más ignominiosos de su historia. Se trata del problema converso, creado por los Reyes Católicos y que pretendió, bajo la amenaza de la hoguera o el exilio, convertir a la fe cristiana a personas procedentes del judaísmo.
A más de 500 años de distancia, aún no encontramos un camino que permita a las diferentes culturas que cohabitan en un mismo territorio, vivir en una coexistencia armónica y perdurable y el problema converso, solo cambio de denominación para ser llamado campo de reeducación; de rehabilitación, campos correctivos hasta llegar al Gulag.
En los últimos años, pero particularmente en las últimas semanas, la arena política de nuestro país ha entrado de lleno en un problema converso: diputados de un partido se convierten a otro, un senador es electo presidente del Senado sin el voto de su partido; un partido le presta a otro diputados para evitar que otra fracción ocupe puestos directivo en la cámara, puestos a los que no tendrían acceso sin lo diputados que abandonaron su primera filiación, candidatos que antes abanderaron causas hoy se convierten en independientes y así, un muy largo etcétera. Para mucho es operación política, pero me parece que estamos más cerca de un nuevo anabaptismo.
Los nuevos bautizados traen bajo el brazo un agravante adicional, han sido convertidos en “quinta columnistas” y “tontos útiles” que están prestos a llevar a cabo las más innobles tareas para demostrar que su conversión es completa, llenando el discurso político de epítetos y agresiones que a nadie beneficia pero que provocan que la aversión al conflicto, ceda su lugar al apetito de revancha, de venganza, de ajuste de cuentas.
¿Pueden abandonarse valores y principios bajo la amenaza de la hoguera y el exilio? ¿Pueden abandonarse por conveniencia y el interés de ocupar cargos? La historia nos enseña que sí, y de manera más frecuente de lo que estaríamos dispuestos a conceder.
El problema converso no es privativo de la historia española, y la primera lección que nos enseña es que cuando se condiciona todo, se termina por no conseguir nada, salvo victorias pírricas.
En el año 281 antes de Cristo, el Rey Pirro de Grecia ganó dos importantes batallas contra los romanos. Sin embargo, el saldo de las efímeras victorias fue una completa ruina para su ejército por lo que al final, la victoria se convirtió en una completa derrota. Cuando los conversos se transforman en Reyes Griegos y piensan que luchan contra los romanos, al país se le somete a una peligrosa encrucijada.
En la encrucijada, la serpiente duda y se convierte en culebra.