La explosión, impacto crecimiento e importancia que han adquirido las redes sociales en todo el mundo las ha llevado, en muy poco tiempo, a ser ya parte relevante del sistema informativo y si bien es cierto que generaron un espacio de discusión sobre hechos de interés público en el que todas las posiciones pueden ser escuchadas y que gracias a ellas amplios sectores, principalmente las clases medias, de la sociedad cuentan ahora con un medio a través del cual se posibilita una interacción con sus gobernantes generando nuevos e influyentes líderes de opinión, es igualmente cierto que en muy poco tiempo, se convirtieron en un arma para hacer “bullying” contra los adversarios, es decir, se militarizó su uso.
Por medio de programas informáticos se crean ejércitos virtuales de bots, clones, drones, trolles y otros artificios, que a partir de frases lapidarias, ideas simples y comentarios breves cargados de ironía, sátira y crítica se construye un discurso y una imagen (memes) del personaje o causa que se quiera impulsar o atacar. Utilizando principalmente Facebook, Twiter y Youtube, se distribuyen links a sitios web, se responde automáticamente con frases y hashtags con la finalidad de que una vez que exploten en las redes sociales, los medios tradicionales las retomen e impulsen lo que genera un efecto de magnavoz cuyas consecuencias son prácticamente imposibles de predecir provocando, en la mayoría de las ocasiones “shitstorms”, literalmente, tormentas de mierda.
Las tormentas de mierda, nos dice Roger Bartra, “son una fulgurante explosión de frases lapidarias, insultos o chistes que circulan como un vendaval en internet… Es un mundo difícilmente regulable y muy inestable, pero que puede ejercer una gran influencia en la vida cotidiana…”
No coincido del todo con las posiciones de Umberto Eco o de Javier Marías en el sentido de que las redes sociales son la conjura de los imbéciles; en la que legiones de idiotas tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel y en las que la gente se acoquina ante los soliviantados internautas. Pero tampoco estoy convencido que el mundo se pueda cambiar a punta de “tuitazos”. Por ahora, salvo contadas excepciones como la Primavera Árabe o los Indignados, apunta más a un ciberactivismo flojo con el que basta dar un like, un retuit o cambiar el perfil para apoyar causas o hacer “bullying” contra instituciones, gobernantes, empresas e inclusive individuos.
No estoy seguro si las redes se han convertido en el Panóptico de Foucault o en la nueva esfera pública de Gramsci, pero de lo que no hay duda es que llegaron para quedarse y su irrupción ha sido con tal fuerza que redefinen la idea de privacidad y establecen, con un lenguaje y símbolos propios, nuevas y poderosas formas de comunicación.
Lo anterior, nos lleva a reflexionar si las redes sociales y sus nuevos liderazgos son tan benéficas como pregonan sus defensores o nos han llenado de crueldad infecunda como anuncian sus detractores. Lo único que pareciera estar claro es que horizontalidad no significa igualdad y el cadalso público -“bullying cibernético”-, no es igual a democratización.
La virtualidad es apabullante y la serpiente, busca su remanso en la realidad.