Monterrey, ciudad del noreste de México, ha experimentado numerosos cambios a lo largo de los años, desde sus raíces coloniales hasta convertirse en un centro dinámico y moderno. Hoy en día, Monterrey es conocido por atractivo empresarial, su cultura y paisaje urbano; sin embargo, para comprender los cambios de la ciudad, recordaremos como era Monterrey en 1882, un año que marcó la historia de la región.
¿Cómo era en 1882?
La ciudad de Monterrey experimentó una serie de transformaciones significativas durante el siglo XIX, reflejando la diversidad de acontecimientos históricos que la moldearon. A inicios del siglo, Monterrey era una ciudad colonial con una población de apenas seis mil habitantes.
En 1882, la ciudad vivió cambios radicales con la llegada del ferrocarril, abriéndose paso tanto a nivel nacional como internacional. Este evento, junto con la inauguración del servicio de tranvías urbanos, la introducción de la iluminación eléctrica y el servicio telefónico que complementaba el ya existente telégrafo, transformaron el perfil urbano de la ciudad.
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El gobernador del estado en turno anunció en dicho año la apertura de la primera biblioteca pública de Monterrey, consolidando un nuevo enfoque en la educación.
Monterrey, en 1882, contaba con diez escuelas primarias públicas, aunque no tenían nombres específicos y se designaban por números. Además, había una notable cantidad de escuelas particulares tanto para niños como para niñas, junto con instituciones de nivel superior como el Colegio Civil y escuelas de Medicina, Jurisprudencia y Normal de Profesores.
Para finales de 1881, Monterrey había experimentado un notable crecimiento demográfico, alcanzando los 41 mil 145 habitantes. La ciudad tenía una extensión urbana que abarcaba aproximadamente diez cuadras de sur a norte hasta la calle de Aramberri, y quince cuadras de oriente a poniente hasta el templo de la Purísima.
En términos arquitectónicos y urbanísticos, la ciudad también experimentó avances. Algunas calles fueron empedradas y se realizaron mejoras en la Plaza de Zaragoza; la llegada del ferrocarril no solo trajo un cambio en la conectividad, sino también atrajo nuevos habitantes y profesionales especializados, transformando la economía y la diversidad cultural de la ciudad.
En dicho año también evolucionaron los métodos de construcción hacia materiales industrializados como el cemento, el fierro y el vidrio, y se introdujeron nuevos estilos arquitectónicos.