El nombre de Juan Diego es muy famoso dentro de la religión católica y en la cultura de los mexicanos, pues se dice que fue a él, a quien se le apareció la Virgen María en el cerro del Tepeyac. Siendo hasta ahora, una historia que va más allá de solo una leyenda o un mito, pues diversos estudios comprueban que no se trata de un personaje ficticio, sino de un hombre que realmente existió. Es considerado como un afortunado que dejó huella en la historia religiosa. Tanta ha sido su virtud, que, en el año 2002, el Papa Juan Pablo II lo canonizó como santo.
Se dice que nació en Cuautitlán, barrio de Tlayacac, alrededor de 1474 y pertenecía al pueblo chichimeca. Se dedicaba principalmente a la agricultura, aunque también se cree que participaba en oficios como la alfarería o la cestería. Creció huérfano, bajo la tutela de su tío paterno Juan Bernardino, una situación peculiar dada la época.
Antes de su conversión al cristianismo hacia 1524, Juan Diego llevaba el nombre de Cuauhtlatoatzin, que en el libro "Dos mundos de un indio santo", del padre José Luis Guerrero, esto significa "El señor que habla como águila". Se cuenta que fue bautizado junto con su esposa María Lucía y su tío Juan Bernardino, adoptando así nombres cristianos.
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A pesar de la creencia inicial de que Juan Diego y su esposa no tuvieron descendencia, algunas evidencias sugieren lo contrario, pues es probable que hayan tenido hijos, ya sea biológicos o adoptados.
Después de la maravillosa experiencia de su encuentro con la Virgen María y la creación de la ermita, Juan Diego se dedicó a cuidarla y a compartir la historia del acontecimiento con todos quienes quisieran escucharla. Enviudó en 1529 y continuó su vida de manera humilde y devota, falleciendo en 1548 a la edad de 74 años.
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Su legado perdura, y su canonización lo eleva a la categoría de santo, un hombre "pobre en méritos humanos, rico en virtud y fama". La historia de Juan Diego sigue siendo un testimonio de fe y devoción que trasciende el tiempo.