En el corazón de Oaxaca, donde las tradiciones se mantienen vivas y respetadas, el presidente municipal de San Pedro Huamelula, Daniel Gutiérrez Peña, protagonizó una ceremonia única, al casarse simbólicamente con una lagarta.
Aunque el hecho ha generado burlas y críticas, cada año, en San Pedro Huamelula (Oaxaca), las celebraciones en honor a San Pedro Apóstol incluyen un acto singular: el presidente municipal contrae nupcias simbólicas con una lagarta viva, conocida como la “niña princesa”.
La ceremonia —que data de más de 230 años— busca invocar lluvia, buena pesca y abundancia para la comunidad.
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Daniel Gutiérrez Peña lució el papel del "rey chontal", y en esta edición, la lagarta fue bautizada Miguelana Estela del Mar Zavaleta Ramírez.
Durante la festividad, el animal luce tres atuendos distintos, representativos de la rica diversidad cultural de la región: un traje tradicional de la etnia zoque, una vestimenta colorida del Istmo de Tehuantepec y, finalmente, un vestido blanco de novia para la ceremonia nupcial.
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La madrina de la lagarta, Yareli Avendaño, se encarga de costear estos elaborados trajes que convierten al ritual en un espectáculo visual lleno de color y simbolismo.
Desde las primeras horas del día, la lagarta recorre las calles, acompañada por la comunidad. Vecinos bailan al ritmo de música tradicional, mientras llevan a la “niña princesa” de casa en casa, celebrando con alegría y respeto este acto que fortalece la identidad cultural de San Pedro Huamelula.
El ritual ancestral de Huamelula
La lagarta —que en otras versiones ha sido también cocodrilo o caimán— simboliza la fertilidad del agua y la tierra. Al casarse con la autoridad, se espera que ambos, humano y naturaleza, vivan en pacto, armonía y respeto mutuo.
Luis Manuel López, un habitante local, lo resume así: “Este casamiento simboliza la paz y la prosperidad. Aunque es un ritual antiguo, nos recuerda la importancia de convivir en armonía y cuidar nuestras raíces”.
Para el alcalde Daniel Gutiérrez, esta es la primera vez que cumple con este compromiso ancestral, que debe repetir durante cada año de su mandato como parte de la responsabilidad que tiene con su pueblo. Este ritual no solo honra la historia, sino que renueva la confianza en la unión y el respeto entre comunidades originarias.