El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumplió este jueves seis meses de mandato cercado por la trama rusa, con una baja popularidad tanto en casa como fuera y sin haber podido cumplir muchas de sus principales promesas de campaña.
La construcción de un muro en la frontera con México, una nueva ley de salud que reemplace a la del ex presidente Barack Obama, la reforma fiscal o el plan para mejorar las infraestructuras del país siguen siendo asignaturas pendientes.
Pese a sobresaltos casi semanales por las revelaciones de la investigación de la supuesta injerencia rusa en las elecciones que ganó Trump y de los posibles nexos entre su campaña y el Kremlin, el presidente presume de que la economía de Estados Unidos ha seguido recuperándose, con el desempleo en mínimos en casi una década, intereses bajos y récords continuos en Wall Street.
Las pesquisas sobre Rusia se encuentran en manos de un fiscal especial, Robert Mueller, tras el escándalo por el despido en mayo del entonces director del FBI, James Comey, quien ha dicho bajo juramento ante el Senado que Trump lo presionó para que abandonara esa investigación.
El último capítulo de la trama es la implicación del hijo mayor de Trump, Donald Jr., quien se reunió en junio de 2016 con una abogada rusa con la promesa de recibir información comprometedora sobre la entonces candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, supuestamente obtenida por el Kremlin.
También las críticas de Trump a su fiscal general, Jeff Sessions, por su decisión de apartarse de la investigación rusa y las dos reuniones que el magnate mantuvo con el líder del Kremlin, Vladímir Putin, en la reciente cumbre del G20 en Hamburgo, una de ellas informal durante una cena de líderes y que ha levantado muchas suspicacias.
Aunque parece conservar casi intacto el apoyo de su base electoral, y prueba de ello es una reciente encuesta que revela que la mayoría de sus seguidores ni siquiera creen que Donald Jr. se reunió con una abogada rusa, pese a que él mismo lo ha admitido, la popularidad de Trump en general está por los suelos.
Un sondeo de la semana pasada de la cadena ABC y The Washington Post otorga a Trump una aprobación actual de apenas el 36 por ciento, la más baja en casi 70 años comparada con el apoyo que tuvieron presidentes anteriores en sus primeros seis meses de mandato.
Además, apenas un 22 por ciento de ciudadanos de otros países tienen confianza en el liderazgo de Trump en asuntos internacionales, según un estudio del centro Pew elaborado con más de 40 mil entrevistas en 37 naciones.
Esa falta de confianza es resultado, en parte, de la filosofía nacionalista y proteccionista de Trump, cuya máxima de “poner a Estados Unidos primero” en cualquier circunstancia y relación contrasta con el multilateralismo que abanderaba Obama.
Por ello, Trump ha anunciado modificaciones a la apertura de Obama hacia Cuba, orientadas a frenar los negocios de estadunidenses con empresas militares cubanas y restringir las visitas a la isla, y está presionando a Irán con sanciones pese a certificar que ese país está cumpliendo su parte del acuerdo nuclear que firmó con seis potencias en 2014.
Trump ha buscado, por otro lado, un acercamiento con China que parece haberse enfriado en las últimas semanas por tensiones comerciales y sobre la amenaza nuclear norcoreana, y ha quedado patente su falta de sintonía con aliados europeos como la canciller alemana, Angela Merkel, o la primera ministra británica, Theresa May.
La excepción en Europa, pese a su polémica decisión de sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, es la excelente relación que Trump afirma tener con el presidente francés, Emmanuel Macron, a quien visitó la semana pasada.
En cuanto a la guerra en Siria, Trump ordenó un bombardeo unilateral en ese país en abril tras un ataque químico atribuido al régimen de Bachar al Asad y su prioridad es acabar con el Estado Islámico (EI), si es necesario colaborando con el Kremlin, como muestra su decisión de suspender un programa de la CIA para armar y entrenar a rebeldes sirios.
Dentro de la estrategia antiterrorista de Trump se enmarca también su veto migratorio a todos los refugiados y los nacionales de seis países de mayoría musulmana, que solo ha podido implementar parcialmente debido a varios bloqueos judiciales.
Su política de mano dura en materia migratoria se ha traducido en la aceleración de deportaciones de indocumentados, separando en algunos casos a familias que llevan décadas viviendo en Estados Unidos, y en penalizar a las llamadas “ciudades santuario”, que protegen a los inmigrantes en situación irregular.
En su cuenta personal de Twitter, su plataforma favorita para dar noticias, atacar a rivales e incluso lanzar insultos, Trump ha seguido en estos seis meses tan activo como en la campaña.