Muchas personas, hombres y mujeres de todas las edades; de múltiples identidades culturales; con orígenes y condiciones sociales, étnicas, raciales distintas; con preferencias políticas, religiosas, sexuales diversas, han luchado, durante siglos, para hacer de México un país independiente, soberano, y en el cual prevalezca la paz, y se alcance la prosperidad, se protejan los derechos humanos, las garantías constitucionales y las libertades para todas, todos sin exclusión o discriminación.
Ese esfuerzo continuo, con avances y retrocesos, ha dado lugar a una Nación, que, a los principios del siglo XXI, es reconocida en el contexto internacional como un gran país, con una importante economía y, sobre todo, como un pueblo amistoso, propicio a vivir en paz y buscando siempre la prosperidad.
Esta es parte una parte de nuestra realidad, pero no podemos olvidar que existe otra parte y que se refleja en heridas profundas en nuestro ser nacional que destruyen la convivencia civilizada y, que, sobre todo, cancelan de facto derechos humanos fundamentales en la gran mayoría de personas que habitamos en esta nuestra gran nación mexicana.
Padecemos de la violencia, tan terrible, que ensombrece a todo el territorio nacional. No hay estado, ciudad, región municipio que no haya padecido o que no sufra ahora mismo los estragos de la violencia que destruye la vida social, que debilita hasta casi extinguir al Estado, y que hace de la justicia algo inalcanzable.
La violencia presente en gran cantidad de crímenes, que impunes, despojan de su vida y su patrimonio a millones de personas; que se han vuelto cotidianos y han hecho posible que el miedo, la inseguridad, la angustia invada los hogares de las familias mexicanas.
Sufrimos la impunidad de la delincuencia que anula toda autoridad y nos convierte en una Nación sin la fuerza legítima para sancionar a los que cometen ilícitos.
Las y los mexicanos somos víctimas de la corrupción que degrada la sociedad y destruye a nuestro país; que ha invadido, con graves costos, al cuerpo social y al conjunto del Estado. La corrupción que propicia gigantescas, incuantificables pérdidas económicas, pero más grave aún, es el costo del deterioro moral y del retroceso ético que han destruido parte importante del tejido social y que convierten a una buena parte de las instituciones del Estado y de los gobiernos en entes inútiles e inservibles para la gente.
Hay una desigualdad social y económica que se presenta como una gran calamidad. Pero cuando esta calamidad es ignorada por el gobierno, se convierte en una felonía que agrede y humilla a la mayoría de la población. Un país en donde un puñado de familias (apenas unas decenas) concentran más de un tercio de la riqueza nacional y en el terrible contraste, centenas de millones de compatriotas sobreviven en la terrible carencia de salud, alimentación, educación, vivienda, transporte, agua, etc., no podrá mantenerse sin que aparezca, más temprano que tarde, la confrontación social a la que nada ni nadie podrá sofocar. La pradera está tan seca que la insolencia de la desigualdad la encenderá en poco tiempo.
Ante todo, esto provoca el crecimiento de la indignación y la irritación de la gente ante las autoridades, pues muchas de estas no solo son indiferentes sino incluso son cómplices en los actos de corrupción y abusos.
Todo esto es verdad y ello es lo que nos anima a quienes estamos aquí, alcaldes de todas las regiones del país a manifestarnos, al margen de nuestras identidades ideológicas para compartir la indignación ante la insolencia y protestar ante esta situación que justamente alarma a el pueblo mexicano.
Nosotros, ciudadanos, ciudadanas que adquirimos, por voluntad popular, la condición de autoridad política y administrativa en el ámbito municipal, hacemos un llamado a todas y todos los mexicanos para que terminemos con esta situación que se vive en México; lo hacemos con conocimiento, pero también compartiendo la angustia y la incertidumbre que viven quienes habitan en nuestros municipios.
Participamos de este llamado de manera genuina; al margen de egoísmos, de intereses mezquinos y despojados de propósitos partidistas, pues entendemos que antes que los partidos, antes que los gobiernos, antes que cualquier interés de grupo, está el interés superior de México y el bienestar y seguridad de su gente.
El llamado a participar en este esfuerzo que hacemos a todos los mexicanos para lograr cambios profundos y estos cambios serán posibles, sólo si somos capaces de ser incluyentes y si sabemos actuar sin visiones partidistas, sin visiones impregnadas de ideología y sin comportamientos sectarismos y dogmáticos. Solo con una gran visión, emoción social y rostro humano, será posible el acuerdo nacional y el proyecto del país.
Así podremos apoyar para que México transite por senderos de paz, seguridad, prosperidad, igualdad, libertad. Por ello es que Alcaldes con diversas identidades políticas y partidistas; de diversas concepciones filosóficas y religiosas, de diferente origen social y étnico y desde municipios grandes y pequeños; desde las selvas, montañas, valles y desiertos, les invitamos a una reunión para reflexionar de manera conjunta sobre los esfuerzos, que deben ser los mejores, para terminar con la difícil situación del país y contribuir a la mejoría en las condiciones de vida y prosperidad de la gente.
Este es el momento de colocar a “México al centro” por encima de los intereses parciales, personales o de carácter partidista.
Es la hora de emprender un diálogo intenso con todos los sectores de la sociedad mexicana, conocer con puntualidad sus reclamos y sus denuncias, pero sobre todo reconocer que en la sabiduría colectiva están también las soluciones y las propuestas para resolver los males que nos agobian. No es aun el momento de los procesos electorales, ni de las campañas, ni de candidaturas, estas tendrán su etapa de realización, por ello debemos anteponer los intereses de México y hacer prevalecer las coincidencias sobre las diferencias, los consensos sobre las confrontaciones que nos han alejado progresivamente de una propuesta de nación que aporte resultados inmediatos, pero con una visión de futuro.
Las soluciones cupulares redactadas en escritorios burocráticos desde la Ciudad de México no son suficientes y con frecuencia nos han confundido en el rumbo.
Como la instancia de gobierno más cercana a la sociedad debemos convocar a un “gran acuerdo nacional” que, desde una perspectiva de centro democrático, concilie y construya una “Agenda para el Futuro de México”.
Nuestro país por su diversidad, por sus condiciones de desigualdad ya no cabe en ningún extremo; México debe ser el centro de nuestra atención y de nuestras deliberaciones.
Para ello, es menester instalar un espacio abierto, plural, transparente de cara a la sociedad en la que los ciudadanos sean los protagonistas.
Por ello desde este momento, convocamos a las organizaciones civiles sociales y productivas, a los académicos, empresarios, líderes de opinión, actores políticos e instancias de gobierno y a todos los ciudadanos mexicanos, a emprender un esfuerzo para elaborar una plataforma de acciones concretas que nos unan como mexicanos y no propuestas que nos dividan, en torno a los grandes desafíos, a la forma de afrontarlos, pero sobre todo con la legitimidad y el respaldado de la sociedad.
En próximos días haremos pública dicha convocatoria estableciendo a lo largo y ancho del país las sedes y los temas que habrán de ser abordados para concretar los objetivos propuestos, no omitimos establecer que “la Agenda para el futuro de México”, puede constituirse en base rectora de un movimiento social de amplio espectro, policromático, de cara a los futuros procesos, dependerá sin duda de la respuesta, la generosidad y el talento de todos los participantes para que la fuerza de las ideas sea la que determine la esencia de nuestro proyecto como nación, con amor e inteligencia, con propuestas, pero con los ciudadanos al centro del debate y del diálogo.
Es la hora de la ciudadanía, es la hora de México es la hora de la conciliación y el encuentro con un destino de grandeza para nuestro país y para los mexicanos.