Se cumple el primer mes del devastador terremoto que sacudió la Ciudad de México y otros estados de la República Mexicana y que dejó más de 300 muertos, y miles de personas sin hogar, la atención se centró en la muchos puntos céntricos de la capital, pero poco se supo del pueblo de San Gregorio Atlapulco, en Xochimilco.
La ayuda después del sismo llegó, pero por parte de la población civil, quienes llenaban camionetas con víveres y las entregaban en ese punto de la Delegación Xochimilco; hubo un intento de resguardar la ayuda por parte de personal de la demarcación, pero los pobladores lo impidieron.
Cinco días después, todo el pueblo era un gran centro de acopio, los habitantes que no sufrieron daños, se dedicaron a ayudar a sus vecinos que lo perdieron todo, pues fueron decenas de casas, una escuela y la iglesia de San Gregorio, las que sufrieron daños, no todas cayeron, pero la muchas quedaron inhabitables.
En un pueblo donde los cultivos en chinampas representan gran parte del ingreso, muchas de estas sufrieron daños que provocaron la pérdida de los cultivos; el hundimiento de la tierra donde siembran todo tipo de cosas, en algunas partes causó inundación y en otras separaciones de hasta 40 centímetros.
Sin embargo, a un mes, el pueblo se levanta, ya no está sumido en la tragedia, las casas ya fueron censadas por el gobierno, sin embargo los fondos aún no han llegado, pero esto no ha detenido a los pobladores quienes con lo que tienen al alcance de su mano, ya comenzaron con las reparaciones de sus casas.
Los pobladores de nuevo están saliendo a las calles, ya no a recoger víveres, sino a reactivar su economía y recuperar su ritmo de vida, el comercio poco a poco está abriendo de nuevo.
En las calles quedan aun los vestigios de lo que fue la emergencia, las casas marcadas con el dictamen emitido por personal especializado aguardan unos a ser demolidos y otros a ser reparados, mientras tanto, otros más son tirados por sus mismos propietarios, poco a poco la vida regresa a la normalidad.
A la plaza pública, donde se ubica la Iglesia emblemática del pueblo, la gente sale de nuevo a pasear, las bancas que estuvieron desoladas por días, ahora ya alberga a algunos vecinos que se toman unos minutos para respirar un poco de aire puro y olvidar lo que el sismo les dejó.
No obstante, muchos de los domicilios se encuentran vacíos, algunos otros, no son habitados, pero sus dueños retiran cascajo, basura y sacan alguna que otra pertenencia que resistió los embates de la naturaleza. Ellos no van a esperar la reconstrucción por parte del gobierno, ellos ya empezaron.
Aún por las calles del pueblo rondan algunas brigadas de dependencias de la Ciudad de México, muchos pobladores corren para reunir los requisitos necesarios para acceder a alguna ayuda.
Del delegado nadie quiere hablar, muchos coinciden en que su respuesta ante la crisis fue y es nula, que únicamente se tomó la foto y se fue, de él no quieren saber nada, incluso, recuerdan, el día del desastre lo corrimos a patadas.
“San Gregorio Atlapulco es un pueblo que se va a levantar, no sabemos cuánto tardaremos, pero nos vamos a levantar”, aseguró uno de sus pobladores mientras volvía a su casa para continuar con las reparaciones.
Muy cerca de ahí, en el pueblo de Santa María Nativitas, la situación es similar, ahí, una enorme grieta atravesó desde la nueva carretera a Xochimilco hasta el viejo camino a Tulyehualco, incluso, tuvieron que cerrar una parte de este último, debido a que con el paso de los autos, corría riesgo de colapso.
En este lugar, las casas lucen más enteras, pero en su interior esconden las grietas que imposibilitan habitarlas; por ahí, también pasaron los funcionarios del gobierno federal para certificar los daños e incluirlas en los programas de ayuda.
Unos grandes códigos de barras son pegados en sus puertas, en estos, se guardan los detalles de los propietarios y los daños que sufrieron sus viviendas; la mayoría de las casas ya cuentan con ellos, solo esperan que la ayuda llegue.
Viviendas humildes y algunas más lujosas conviven entre si, el sismo tomó a todos por sorpresa, no distinguió si a algunos les costó más tiempo y dinero erguirlas o lo hicieron de manera humilde, el temblor las dañó por igual.
A un costado del camino cerrado, se encuentra una rampa que lleva a unas casas, en la del fondo, Pedro y otros dos hombres preparan la mezcla de cemento, arena y grava para la entrada del zaguán, al fondo, una hilera de cuartos luce prácticamente destruida.
Aún con el dolor que causa ver el patrimonio perdido, pero con la frente en alto, recorre la grieta que acabó con gran parte de su domicilio que construyó con muchos años de trabajo.
“La grieta viene desde el otro lado del camino, y pasó afectando muchas casas, a mi me destruyó toda este lado de la construcción, y rompió el piso del patio; este no tenía mucho que lo habíamos puesto”.
“Por suerte no estábamos en la casa en el momento del sismo, pero fue el vecino el que nos dijo que vio como la tierra se levantaba y azotaba de manera brusca, el vio cuando la grieta se formó”.
Poco a poco, esta familia ha comenzado con las reparaciones por su cuenta, la ayuda, dicen tardará en llegar, “si es que llega, al delegado ni lo hemos visto, ni lo queremos ver”, en ese inmueble apenas quedó en pie una construcción pequeña, todo lo demás tendrá que ser demolido.
Recargadas en la barda quedaron las ventanas de aluminio que algún día los cubrieron de las inclemencias del tiempo, en otro punto del terreno, los materiales de construcción con que reparan los daños del sismo.
A un costado del predio vivía Victoria Álvarez con su familia, el terremoto causó un hundimiento de casi un metro en un costado de su terreno, su casa quedó en pie, pero es imposible permanecer ahí; el terreno lacustre la convierte en un lugar muy inestable.
“Yo no estaba en mi casa, estaba mi mamá sola, ella nos contó como todo se empezó a moverse y a crujir; escuchó como todos los platos y objetos de cristal de la cocina y los tinacos; ella se espantó mucho y le complicó una enfermedad por la que falleció dos semanas después del temblor; quedó muy espantada”, señaló.
La barda perimetral que dividía su casa con la de los vecinos se cayó por completo, solo quedan los tabiques y las rejas de metal que se usaban como puertas de acceso al domicilio; en segundos, 15 años de trabajo quedaron inservibles.
Al interior en donde se encontraba la sala, el azulejo del suelo está todo levantado, la grieta pasó por ahí y causó el hundimiento de más de 90 centímetros; a unos pasos, en la cocina, aun quedan vidrios y cerámica de los platos que cayeron de la alacena durante el temblor.
En los pasillos quedan apenas algunas pertenencias que aún no han podido sacar; con tristeza en los ojos Victoria, recorre lo que por muchos años fue su hogar y a un mes del sismo, ahora solo son recuerdos.
“Apenas vinieron hace unos días a entregarnos el código de barras del Fonden, pero no hay recurso aún; el gobierno nos ofrece créditos hipotecarios, lo perdimos todo, no queremos más deudas; hay que empezar de cero”, sentenció Victoria mientras contemplaba desde el exterior los daños de su casa.