Por Óscar Balderas, colaborador de MVS Noticias
Métete en la piel de un chico con el futuro apretado, que sobrevive a la violencia y la pobreza en la zona serrana de Guerrero. Entra a su vida por unos minutos. Te llamas Enrique, tienes 18 años, pero la desnutrición te hace parecer de 15. Llevas el nombre de tu tío, al que un comando armado desapareció en 2017 en tu municipio, Leonardo Bravo. Llevas el mismo apellido que tu prima Mayra, viuda a los 21.
Eres flaco como planta de amapola y duro como un machete. Si te ven fuera de tu pueblo, nadie adivinaría que eres policía comunitario. Orgullosamente Fusdeg, dices. Frente Unido por la Seguridad y Desarrollo de Guerrero. Por tus manos han pasado más escopetas que libros y tus rasgos infantiles hacen que la tropa te llame "El Niño", pero tu te sientes todo menos un chiquillo. Hoy quieres venganza. Vas tras la cabeza del hombre que es el jefe de quienes desaparecieron a tu tío: tu eres uno de esos 200 que entre el 31 de julio y 1 de agosto van tras Santiago Mazari, alias El Carrete.
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La cacería comenzó, para ti, días atrás, a finales de julio, cuando supiste que El Carrete se había asentado en la comunidad de Chichihualco en tu pueblo. Todos dicen que a ese hombre se le respeta, pero ese es un eufemismo para decir que se le teme. Viejo aliado de los Beltrán Leyva, posible asesino de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Llegó desde Morelos, donde vivía como rey, a esconderse de un operativo de la Guardia Nacional que le pisaba los talones.
Tu pueblo aceptó esconderlo. Lo hizo más por obligación que por gusto. El jefe de escoltas del Carrete, Juan Castillo, al que llaman Teniente, dijo que querían la fiesta en paz. Solo buscaban esconder al líder de Los Rojos y luego se irían lejos, a lo profundo de la sierra, a ese escondite que es la región de Fila de Caballos. Huirían a bordo de un vehículo "monstruo", un tipo tanque de guerra que dispara desde su coraza y que resiste balas calibre 50.
Pero El Carrete no tiene hombre de palabra y su presencia se sintió por todos lados. Muy pronto, tu pueblo empezó a pagar extorsiones y comenzaron los secuestros. Tu y tu gente, enardecida por la promesa rota, avisaron que ya era suficiente: El Carrete tenía una semana para largarse o irían por él y le cobrarían viejas afrentas.
Pero El Carrete no se movió. Y tu, Enrique, "El Niño" de 18 años, con pinta de 15, sí. Te montaste dos escopetas calibre 22 y unas 80 municiones para salir con los demás autodefensas de la sierra, los de Tierra Caliente y los de Tierra Colorada tras ese jefe criminal que le gustaba pagar campañas políticas en Morelos y Guerrero para cualquier partido político que le fuera útil. Y enfilaste con tu tropa hacia la sierra para sacarlo a balazos.
Esos días de enfrentamiento fueron brutales, Enrique. Decías que no tenías miedo, pero temblabas como hierba al viento. Apenas llegaste al primer círculo de seguridad que puso el Teniente para El Carrete y los recibieron a balazos. Nada de tiros finos: a ustedes les aventaron esas municiones gruesas que vuelan las cabezas de los caballos. Por donde te movieras, te chiflaban las balas. Viste caer a tres compañeros tuyos y a varios animales que, espantados por los tronidos, corrieron al monte y explotaron. Ahí te diste cuenta que El Carrete había sembrado minas personales en tu pueblo para impedir su arresto.
Los días de guerra son difusos. Dos o tres, recuerdas. Es difícil seguir el paso del tiempo en la sierra. La vida es más pausada que la ciudad y, además, descansabas poco. Aprendiste a dormir con un ojo abierto y a soñar con las botas puesta. Cuando tiras a matar no pensabas en las horas, sino en el rostro de tu tío Kikín, quien seguro duerme hace años en una fosa común que cavaron Los Rojos.
Tras tirar balazos como si el parque fuera infinito, alguien de tu tropa, por fin, le pegó dos balazos certeros al Teniente y lo dejó desangrarse hasta morir. La última barrera del Carrete había caído. Si tu madre te hubiera visto en esas horas del 1 de agosto no te reconocería: eres un niñito de 18 años que vocifera por la sierra "¡Voy a hacer que te acuerdes de mi tío!".
Mientras le gritas a los campos de amapola, el Carrete huía desesperado. Su escolta, diezmada, estaba reducida a un gatillero poco experimentado, La Kika, viejo amigo de tu familia. Quisieron huir robando un camión de carga, pero en un retén tu tropa los reconoció y los detuvo. Por eso tu dices que es falso que hubo un gran operativo de inteligencia detrás del arresto del Carrete. En realidad, fue más simple que eso: se mezcló la sangre con el hartazgo y lo demás se fue dando como planta de mota. Por pura suerte, no lincharon al capo. Cuando te enteraste que lo habían agarrado, y corriste al retén para volarle la cabeza con un disparo, la Fusdeg ya lo había entregado a las Fuerzas Federales.
Siente la taquicardia metálica de la rabia. Saborea el aliento en tu boca envuelto en bilis. Reconoce en tu estómago un doble sentimiento: la felicidad de saber que el que tiene el futuro apretado, ahora, es El Carrete durmiendo en la cárcel de Máxima Seguridad de Puente Grande. Y el miedo caliente de que, sin El Carrete, tu pueblo está a merced del Cártel de Sinaloa o el Cártel Jalisco.
Tu, Enrique, "El Niño", solo tienes una certeza a tus 18 años, pareciendo de 15: tu pueblo es una sangría constante. Hoy mismo, miércoles, huyes hacia Chilpancingo, temiendo que serás asesinado, si te quedas donde estás.
Listo, vuelve a ser tu. A ver la guerra desde lejos, sin sentirla en tus huesos. Y dime, ¿qué se sintió, por unos minutos, vivir como vive Enrique?