Por Óscar Balderas, colaborador de MVS Noticias
**NOTA: Los nombres han sido cambiados a petición de los entrevistados por su seguridad. Este reportero verificó la veracidad de este secuestro no reportado a las autoridades mediante fotografías, videos y mensajes en redes sociales de las fuentes**
¿A qué suena un secuestro? Muchos responderían que al teléfono que timbra con cada llamada para exigir un rescate. Otros, a la voz distorsionada de un secuestrador. Para Noé Flores, suena distinto: resuena como un golpe seco, un trancazo en la espalda. Es el sonido de su mamá, de 67 años, cayendo, desmayada, cada vez que escucha por la bocina los gritos de su hijo mientras le cortan quién sabe qué dedo de la mano derecha.
No hay poder humano que aparte a la madre de Noé Flores de la sala, cuando suena el teléfono. Las nueras la intentan empujar al fondo de la cocina para que no escuche ni vea el rostro desencajado de su esposo, mientras él intenta negociar cortésmente con unos animales que le insultan, mientras le describen todas las torturas a la que han sometido a su primogénito. Pero la madre no se va. Se queda parada junto a las escaleras y escucha. Entonces, invariablemente, caerá de espaldas, inconsciente, con el cuerpo colmado de angustia.
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Noé Flores se encierra en el baño para no escuchar esos alaridos, como cuando tenía 6 años y se tapaba los oídos para no escuchar pelear a papá y mamá. Ahora tiene 27 años y reza para que regresen los tiempos felices y, como en su infancia, su hermano Fabián abra la puerta y lo abrace para quitarle el miedo.
Pero esta vez, Fabián está lejos. Tal vez, encerrado en otro baño, seguro en otra casa, donde ha pasado ya 18 días en cautiverio: ¿come? ¿duerme? ¿sangra? ¿sabrán sus victimarios que le tiene pavor a las arañas? ¿que sufre de ansiedad y que lo único que lo calma es el olor de la cobija de su hija de dos años?
Aquel 27 de diciembre de 2018 la vida se puso en pausa. Fabián Flores, dueño de un negocio de plaguicidas en el poniente de la Ciudad de México, salió del centro comercial Zéntrica, en Santa Fe, y en el estacionamiento tres hombres armados se lo llevaron en su auto con todo y los regalos de Año Nuevo. Quien viera las cámaras de vigilancia creería que Fabián Flores se encontró con viejos amigos con quienes partió hacia un rumbo desconocido.
Noé recuerda que la primera llamada llegó a las pocas horas del secuestro, a las 7 de la noche. Él fue el primero en atender la llamada de aquel hombre evidentemente ebrio y quien le anunció que la vida de su hermano dependía de él y de sus cómplices. Para que no quedara duda de su crueldad, puso al teléfono a Fabián mientras lo obligaban a recitar las partes del cuerpo donde lo apaleaban.
¿Sabes cómo se siente el terror extremo? Muchos creerían que es como si la mitad del cuerpo se desvaneciera. Otros, que uno flota, tratando de convencerse de que todo es un mal sueño. Para Noé Flores es todo lo contrario: el cuerpo se llena de horror y éste sale disparado por todos los orificios. Un empujón de vómito le atacó cuando colgó el teléfono con la orden de reunir millones de pesos y tecleó el nombre del jefe del secuestrador.
Y ahí estaba: “El Mencho“. Tal y como dijo aquel hombre tenebroso, su hermano estaba en manos de alguna jauría que usa el membrete Cártel Jalisco Nueva Generación en la capital del país, en donde se asentaron desde, al menos, 2017 y este 2019 han iniciado una limpia para apoderarse de la ciudad, financiándo su expansión con secuestros, según informes de Inteligencia de la procuraduría local.
Noé llamó a la Fiscalía Antisecuestros de la PGJ-CDMX, creyendo que salvarían a su hermano. Seis meses más tarde, el fiscal sería destituido por sus turbias actuaciones. Pero él sabría eso mucho más tarde: lo en ese entonces sí sabe es que alguien en la fiscalía avisó a los secuestradores de su contacto con las autoridades. Entonces, a su hermano le cortaron dos dedos en venganza.
El primer rescate se pagó el 1 de enero. El punto de truque se acordó sobre Constituyentes: él entregaría el dinero en una mochila envuelta en bolsas de basura y a él le regresarían a su hermano. Pero Fabián Flores no apareció y al amanecer, llorando y golpeando el volante, volvió a casa con las manos vacías.
El segundo rescate se pagó el 9 de enero. La mitad de la cantidad originalmente entregada, desfalcando a la familia, amigos, socios y conocidos. Esa vez, Fabián Flores apareció, pero ya no era él: tenía unos 20 kilos menos, le faltaban varios dientes y cuatro dedos. Su vida está destrozada: no ríe, no baila, apenas juega con su hija y ya no solo le teme a las arañas. Le teme a todo.
Noé Flores me ha pedido contarles esto, porque él no puede. Demasiado miedo le enreda la lengua. Pero quiere que su historia se sepa porque es lo único que puede hacer por su ciudad desde la distancia.
¿A qué suena el fin de un secuestro? Para Noé Flores, suena así: el cierre de una maleta, el llanto de una despedida y el despegue de un avión que carga a su familia fuera de la Ciudad de México, la ciudad que tanto les dio y tanto les quitó.