En el informe “Yo sólo quería que amaneciera. Impactos Psicosociales del Caso Ayotzinapa“, expertos de Fundar, Centro de Análisis e Investigación que trabajaron con sobrevivientes y familiares por año y medio, observan que personas cercanas a los normalistas desaparecidos, heridos y fallecidos en esa noche y madrugada del 26 y 27 de septiembre del 2014, “han vivido una secuencia traumática” y “el daño tiene un alcance transgeneracional”, que inicia con la desaparición forzada y se profundiza con las respuestas institucionales” ante los hechos.
Los impactos traumáticos en padres y familiares se traducen en llanto y la imposibilidad de comer en el día y dormir por las noches, trastornos que persisten en la mayoría ellos. El vacío psíquico que significa la desaparición y la incertidumbre se llena de fantasías sobre la situación de sus hijos, las vejaciones y malos tratos que podrían estar recibiendo. A esta situación se suman los sentimientos de agravio detonados por la versión oficial de la llamada “verdad histórica” sobre el supuesto paradero de los estudiantes, concluye el reporte al alertar sobre una constante “revictimización” en contra de los afectados.
Las declaraciones de las autoridades que afirmaron que los jóvenes desaparecidos tenían vínculos con la delincuencia, o intentaron explicar los ataques como un enfrentamiento entre bandas rivales, fueron vividas por los familiares como un agravio en contra de la dignidad de sus hijos. Los familiares rechazan la estigmatización y criminalización de sus hijos, y devuelven la responsabilidad de los ataques al Estado, se destaca en el reporte de 526 páginas coordinado por Ximena Antillón Najlis, al frente de 10 expertos y la Red por la Salud de los 43, que ha atendido la salud de familiares y sobrevivientes de los hechos de Iguala, Guerrero.
Para los padres, madres y familiares, la noticia de los ataques y la detención de sus hijos o esposos fue abrupta e inesperada. Interrumpió una cotidianidad a la que después de más de 41 meses, “es imposible regresar”. Familiares y sobrevivientes transitan desde la confusión y el miedo, hasta el terror y el vacío; se suma al trauma de la desaparición, “la ruptura de los distintos proyectos de vida”, se aclara en el estudio sugerido por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, nombrado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
La desaparición forzada, la falta del cuerpo y de los rituales que acompañan a los dolientes, o al menos saber lo que pasó y el paradero de los normalistas, impide hacer un corte en este constante acontecer traumático: la impunidad arrebata la posibilidad del duelo, aclaran los expertos, por eso hablamos de un duelo congelado. Los familiares viven en la desesperación de este tiempo detenido, aclara el reporte.
Los familiares “saben que sus hijos podrían haber sido privados de la vida, pero no tienen ninguna prueba que dote de realidad a esta posibilidad”, lo que se manifiesta en la desesperación, en un “quererse volver locos” y un dolor muy profundo que tienen un efecto psíquico desestructurante, de tal forma que los familiares manifiestan estar “muertos en vida”, con la sensación de no poder estar en ningún lugar.
“No pues esperemos que sea pura mentira, digo, mejor vivimos con la esperanza de que sea mentira, ¿qué suponemos de Alexander? Dice: “No pues eso está comprobado”, y me quedo también, me agüito más… ¿Y qué pasó con él?, ¿cómo le hicieron?, ¿lo mataron primero y lo quemaron o vivo lo quemaron? Eso me pongo a pensar y nomás el coraje hago y hasta ahí nada más me quedo y últimamente la culpa es del Gobierno” expresó Ezequiel, papa de Alexander Venancio, de quién se halló una pieza dental en el basurero de Cocula.
Los familiares reconocen que la desaparición de sus hijos, no es un hecho aislado. Aún así, la experiencia de marginación y discriminación histórica en las regiones indígenas y empobrecidas en las que viven, “no explica los ataques y la desaparición inesperada; no tenían antecedentes para pensar que los jóvenes serían objeto de agresiones de tal intensidad, magnitud, brutalidad y extrema crueldad”.
Los estudiantes sobrevivientes entrevistados experimentaron vivencias de incredulidad, confusión, choque o pasmo, terror y desamparo esa noche de Iguala. A través del informe se determinan daños graves a nivel psicosocial en los estudiantes normalistas sobrevivientes quienes se debaten por encontrar sentido a los hechos y continuar con su vida, frente al duelo por sus compañeros asesinados y la pérdida ambigua de sus 43 compañeros desaparecidos.
“Los estudiantes no pudieron hacer más que protegerse entre los autobuses frente a las balas de los policías. Frente al terror que vivieron, algunos estudiantes evaluaron que era mejor ser detenidos pues de esa forma después serían liberados; sin embargo, otros decidieron no entregarse y resistir. En cualquiera de los dos casos, existe de fondo un sentimiento de desamparo y vulnerabilidad frente a los policías”, explican los expertos.
Ante la falta de esclarecimiento sobre el paradero de los 43 normalistas y la situación de impunidad, la opción para los sobrevivientes ha sido la búsqueda de sus compañeros desaparecidos, la verdad y la justicia, en tanto dan sentido al hecho de ser sobreviviente.
“Si bien esto constituye una forma de afrontamiento positiva, el otro lado de la moneda ha sido la invisibilización de los impactos en los jóvenes sobrevivientes. En este sentido, los estudiantes sobrevivientes son las víctimas no reconocidas en medio de una tragedia de enormes dimensiones y los sobrevivientes no han recibido ninguna atención del Estado”, aclaran el reporte de Fundar.
En específico, para los sobrevivientes, la ausencia y la pérdida de sus compañeros representan sentimientos de impotencia por no haber podido defenderlos del cruce de balas y de la desaparición, lo que se torna en sentimientos de culpa. Otros viven un duelo congelado o se mantienen en la expectativa permanente de que en cualquier momento los 43 pueden regresar.
Este estado de alerta no cede, ni da espacio a otros estados emocionales. Sobrevivientes manifiestan enojo y coraje, motivado por la participación de agentes del Estado en los hechos, la falta de respuesta de las autoridades y la incertidumbre. El impacto de la tragedia ha significado dejar en segundo plano sus sentimientos y necesidades para apoyar a los familiares de los 43.
Frente a los ataques se detonaron en los estudiantes respuestas de defensa o escape. Las afectaciones llegan a particularizarse en dificultades para concentrarse y bajas en el desempeño escolar. Algunos han abandonado o interrumpido sus estudios para trabajar; incluso algunos migraron a Estados Unidos: “salí de la casa como en a finales de octubre de 2014, todavía logré salir porque es que lo que pasa, como todos llevábamos el cabello corto, estábamos pelones o sea nos reconocían a simple vista, y yo no salía por esa razón, estaba esperando que creciera mi cabello, porque me daba miedo ser reconocido”, dice uno de los sobrevivientes.
Los estudiantes experimentaron miedo y confusión, pues no comprendían por qué estaban siendo atacados de esa manera. Los normalistas del quinto autobús recibieron la solidaridad de la población de Iguala que se puso en riesgo para protegerlos. Los estudiantes consideran que de no haber sido por ese apoyo, muchos de ellos también habrían sido desaparecidos o asesinados. En medio del terror y la confusión por no entender el ataque desproporcionado.
En el transcurso de menos de 24 horas, los normalistas vivieron una serie de ataques consecutivos que pueden ser considerados como eventos traumáticos: el encierro en la terminal de Iguala, la persecución de la policía, los ataques a tiros de arma de fuego y la persecución, la detención y desaparición de los 43 y la difusión fotografía de Julio Cesar Mondragón, hallado sin vida por la mañana del 27 de septiembre del 2014 con huellas de tortura y el rostro desollado.
Las víctimas mostraron reacciones de estrés agudo: hipervigilancia, sobresalto, reviviscencia del trauma frente a estímulos externos y en sueños, imágenes intrusivas, imposibilidad de dormir que limitaron sus actividades cotidianas. En algunos casos estos impactos se observan posteriormente y constituyen síntomas de estrés post traumático: “Esa sensación de ver las sirenas de las patrullas, es algo que no me puedo quitar, hace que me esconda hasta la fecha”, dice uno de ellos.
El reporte de Fundar resalta los impactos traumáticos derivados de la exposición a la imagen de Julio César Mondragón, con signos de tortura y crueldad extrema: “Nosotros nos venimos de allá [de Iguala] el 27, como eso de las 6, 7 de la tarde y me dijeron: “Es que no aparecen, ya se fue a barandilla, ya se fue al MP, se fue a todos lados y no aparecen, no los encontramos”. Y cuando en la mañana del día 27 nos enseñaron la foto del “Chilango”, de Julio César Mondragón, pues dije:”No, esto ya es otra cosa, esto no es una simple represión o sea esto ya es… o sea nos quieren mandar un mensaje, pero es un mensaje muy fuerte de muerte, de que lárgate, porque sino eso te espera”, expresa uno de los sobrevivientes.
“Fue una barbarie lo que hicieron con nosotros. Tal vez nos merecíamos que nos reprimieran con fuerza antimotín, tal vez nosotros pudimos responderles. Ellos nos pudieron haber llamado la atención, decirnos que ya nos fuéramos, los autobuses se quedaran ahí y nosotros nos fuéramos. Nosotros tal vez pensamos en eso de que a lo mejor se pudo haber dado un enfrentamiento con la fuerza pública pero nunca debieron haber hecho eso, porque ni hasta el más peligroso narcotraficante lo persiguen a balazos, lo persiguen lo que es accionando sus armas de fuego, matando a sus demás compañeros. Nos persiguieron como los peores humanos que puedan existir sobre la tierra, como que hayamos hecho un delito de suma responsabilidad que nosotros deberíamos atender pues. Así que nosotros no merecíamos eso, como vuelvo a repetir nos pudieron haber mandado a la fuerza pública, los antimotines. Pero pues no procedieron a hacer eso, ellos procedieron a usar la fuerza armada, lo que viene siendo la fuerza bruta. Pues en su momento nosotros pensamos en eso de que no nos merecíamos un golpe tan trágico pues para nosotros, y no solamente para nosotros, sino también para México porque la sangre derramada pues nunca se olvida”, expresó uno de los sobrevivientes a Fundar, cuyo estudio será presentado este miércoles en el Centro Cultural Tlatelolco.