En Estados Unidos, el presidente no se elige directamente por los ciudadanos, sino a través de un sistema único llamado el Colegio Electoral. Este mecanismo, establecido por la Constitución, juega un papel fundamental en la elección del líder de la nación cada cuatro años.
El Colegio Electoral está compuesto por 538 electores, un número que representa la suma de los 435 miembros de la Cámara de Representantes, los 100 senadores y 3 electores adicionales asignados a Washington D.C. Cada estado tiene una cantidad de electores proporcional a su población, lo que significa que los estados más poblados, como California y Texas, tienen más peso en la elección que los estados menos poblados.
El proceso funciona así: en cada estado, los ciudadanos votan por el candidato de su preferencia. Luego, el candidato que obtenga la mayoría de los votos en ese estado se lleva todos los votos electorales de ese estado, con algunas excepciones en Maine y Nebraska, que distribuyen los votos de manera proporcional.
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Para ganar la presidencia, un candidato necesita asegurarse al menos 270 votos electorales de los 538 disponibles. Si bien el voto popular es importante, es el Colegio Electoral el que en última instancia decide al ganador, una característica única de la democracia estadounidense.
En lo que va de este siglo, ha habido dos casos notables en los que un candidato ganó el voto popular, pero perdió en el Colegio Electoral:
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En la Elección del año 2000: George W. Bush fue elegido presidente, aunque Al Gore obtuvo aproximadamente 500,000 votos más a nivel nacional.
En el 2016: Donald Trump ganó en el Colegio Electoral con 304 votos frente a los 227 de Hillary Clinton, aunque Clinton obtuvo casi 3 millones de votos más.
Estos ejemplos han generado debates sobre la efectividad y justicia del Colegio Electoral en representar la voluntad popular y aunque muchos piden reformas, sigue siendo el método vigente para elegir al presidente de los Estados Unidos.