Por Óscar Balderas, colaborador de MVS Noticias
En el número 300 de la calle Spring Street, en Los Ángeles, un grupo de agentes de la Fiscalía General de California luchaba por hacer su trabajo con cabeza fría.
En el cubículo 1702 de aquel edificio de gobierno, los agentes volcaban en el expediente del caso criminal BA475856 las revelaciones de cuatro adolescentes, la más pequeña de 15 años, que habían sido víctimas de numerosos delitos sexuales a manos de un hombre que les infundía, simultáneamente, terror y devoción.
Una a una, las adolescentes narraron las perversiones de su victimario con detalles tan crudos y específicos que la fiscal general adjunta de California, Estados Unidos, Amanda Plisner, una abogada veterana en perseguir pedófilos y tratantes de personas, tuvo que respirar profundamente en varias ocasiones para mantener la compostura.
Las denunciantes contaron, con detalle, como su victimario compraba compulsivamente ´–con dinero que obtenía sus seguidores– faldas similares a las de uniformes escolares que les obligaba a usar en privado. Debajo de las faldas infantilizadas, debían usar lencería que se tenían que quitar, mientras le bailaban con una forzada sensualidad. El hombre, un cuarentón al filo de los 50 años, forzaba a las menores de edad a besarse y tocarse entre ellas. Las cuatro víctimas coincidieron en que aquel tipo solía cargar con crema batida que les ordenaba untarse y luego lamer, mientras se burlaba de ellas y de su inexperiencia y miedo. Después, las obligaba a hacerle sexo oral y las violaba.
Ese hombre es Naasón Joaquín García, el líder de la iglesia evangélica La Luz del Mundo, apodado “El Apóstol” entre sus acólitos que lo adoran como la representación de Dios en la tierra. Su nombre acaparó los medios nacionales el 16 de mayo pasado, cuando estalló el escándalo de que, para celebrar su cumpleaños 50, personal del gobierno federal le permitió usar el Palacio de Bellas Artes como su salón de fiestas, a donde acudieron prominentes políticos, como el presidente del Senado, Martí Batres.
Los agentes de la Fiscalía General de California estaban azorados. Las víctimas hablaban de Naasón Joaquín García como un semidios y, al mismo tiempo, un sádico violador. Un iluminado que repetía, mientras agredía sexualmente a las niñas de su iglesia, que un apóstol como él no podía ser juzgado y que, si algo malo estaba haciendo, Dios le perdonaría por todo lo bueno que ha hecho en el mundo.
Para cometer sus crímenes, “El Apóstol” se ayudó, al menos, de tres feligreses, Alondra Ocampo, Azalea Melendez y Susana Medina, quienes elegían a las niñas y las llevaban hasta él. Alondra Ocampo, de 36 años, no solo funcionaba como enlace entre las víctimas y Naasón Joaquín García. Era, además, su productora de pornografía infantil. Tenía como encomienda ubicar niñas, llevarlas a cuartos alejados de la gente que asistía a los templos o a los despachos del religioso, desvestirlas, fotografiarlas a escondidas y enviarle por correo electrónico esas imágenes al pastor evangélico, quien horas antes le ordenaba en qué posiciones quería que las niñas fueran captadas por la lente de su teléfono celular.
Hoy, la Fiscalía General de California cree que Naasón Joaquín García no solo era un consumado pedófilo que coleccionaba en los discos duros de sus computadoras las imágenes de sus víctimas. También presuntamente usaba esas fotografías como moneda para intercambiarlas por videos que circulan en la deep web con niñas sometidas a terribles tormentos sexuales.
De acuerdo con un agente cercano a la investigación, una fuerte hipótesis es que, en las cuentas electrónicas del líder evangélico, se encontrarían decenas de fotografías, videos, series, que Naasón Joaquín García habría conseguido gracias a un tipo de software llamado P2P con el que mantenía contacto con varios pedófilos en México y Estados Unidos, que ya son investigados por las policías cibernéticas de ambos países.
Los primeros hallazgos, y revelaciones del caso, hacen suponer al experimentado equipo legal que comanda el fiscal californiano, Xavier Becerra, que apenas han visto la punta de una montaña de delitos sexuales que se encubrieron bajo el manto religioso de Naasón Joaquín García, cuyo padre, Samuel Joaquín Flores, fue acusado entre 1997 y 2003 de delitos sexuales similares a los de su hijo.
Ahora que el cajón de los secretos se ha abierto, es probable que más niñas hablen sobre sus encuentros con Naasón Joaquín García, el apóstol, el líder, el iluminado, el presunto pedófilo y violador al que la clase política de México le aplaudió de pie, ni más ni menos, que en Bellas Artes.