El papa Francisco defiende la necesidad de ayudar a los pobres y de acoger a los inmigrantes en su tercera exhortación apostólica, titulada “Gaudete et Exsultate” (“Alegraos y regocijaos”) y que fue publicada este lunes.
A lo largo de 42 páginas y en cinco capítulos, el papa reflexiona sobre asuntos que considera fundamentales, como la pobreza y “la injusticia de este mundo, donde unos festejan, gastan alegremente y reducen su vida a las novedades del consumo”, mientras “otros solo miran desde afuera mientras su vida pasa y se acaba miserablemente”.
En este sentido, el papa defiende ayudar a los más necesitados: “Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público”.
Quiero hacer resonar una vez más el llamado a la santidad: «Alegraos y regocijaos» #GaudeteetExsultate https://t.co/01GTaIAEA1
— Papa Francisco (@Pontifex_es) 9 de abril de 2018
“O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad”, apunta.
Critica “la alegría consumista e individualista tan presente en algunas experiencias culturales de hoy” y subraya que “el consumismo solo empacha el corazón; puede brindar placeres ocasionales y pasajeros, pero no gozo”.
Además, avisa de que “el consumismo hedonista puede” jugar “una mala pasada” y que “el consumo de información superficial y las formas de comunicación rápida y virtual pueden ser un factor de atontamiento que se lleva todo nuestro tiempo y nos aleja de la carne sufriente de los hermanos”.
Foto: Reuters
Sobre la comunicación en la red, el papa lamenta que internet y los “foros o espacios de intercambio digital” sean a menudo espacios donde se expresa una “violencia verbal” en la que “también los cristianos pueden” caer.
Una violencia verbal que normaliza “la difamación y la calumnia”, dos elementos que “son como un acto terrorista: se arroja la bomba, se destruye, y el atacante se queda feliz y tranquilo”, y dejan fuera “toda ética y respeto por la fama ajena”.
En otro momento, también opina que “es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista, populista”.
También reitera la necesidad de acoger a los inmigrantes y dice que no es “un invento de un papa” o “un delirio pasajero”.
La situación de estas personas que huyen de sus países no es “un asunto menor”, dice Bergoglio, al tiempo que critica que “algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas ‘serios’ de la bioética”.
Carga contra lo “fácil” que resulta “entrar en las pandillas de la corrupción”, mientras gente que “sufre por las injusticias” contempla “cómo los demás se turnan para repartirse la tarta de la vida”.
Y rechaza también “la corrupción espiritual” que -dice- “es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad”.
Sobre la Iglesia, advierte que no son necesarios “tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida”.
En este sentido, elogia a los “sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos que se dedican a anunciar y a servir con gran fidelidad, muchas veces arriesgando sus vidas y ciertamente a costa de su comodidad”.
Además, habla de que cualquiera puede ser santo con su comportamiento diario: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente, a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”, añade.
“Lo que quisiera recordar con esta exhortación es sobre todo el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado que te dirige también a ti”, dice, enviando un mensaje a los lectores del texto.
Argumenta que existen “dos sutiles enemigos de la santidad” que son “el gnosticismo y el pelagianismo” y desaprueba el comportamiento de aquellos que pretenden “reducir la enseñanza de Jesús a una lógica fría y dura que busca dominarlo todo”.
El último capítulo está dedicado al discernimiento y a la lucha permanente “para resistir las tentaciones del diablo”.
Un “discernimiento” que evita el convertirse “fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento” y que es necesario para todos, también para los jóvenes que “están expuestos a un ‘zapping’ constante”.