En su primer año en el poder, Donald Trump ha desafiado las normas y convenciones de la presidencia de Estados Unidos para ajustar el cargo a sus objetivos políticos y personales, hasta el punto de convertir el Despacho Oval en una plataforma para atacar a rivales y aliados.
Trump, que celebra este sábado el primer aniversario de su investidura, ha roto los esquemas marcados por sus predecesores y ha impuesto un estilo que comienza a transformar el concepto que los estadounidenses tienen de la Presidencia, aunque, por ahora, esos cambios no son irreversibles, según expertos consultados.
“Trump parece entender el cargo y sus poderes como instrumentos para impulsar sus intereses personales”, dijo Jeffrey Tulis, experto en política presidencial en la Universidad de Texas, en Austin.
“Su retórica y algunas de sus acciones no tienen precedentes en la era de la presidencia moderna (desde 1933). Eso está cambiando el cargo, pero que esos cambios sean permanentes es algo que dependerá de cómo responde el Congreso”, explicó Tulis.
Aunque todos los presidentes estadunidenses intentan expandir el alcance del poder ejecutivo, Trump ha mostrado dificultades para aceptar la independencia de otros actores de la democracia estadunidense, como los tribunales, la prensa e incluso agencias gubernamentales como el Departamento de Justicia, el FBI o la CIA.
“Trump ha demostrado un escaso conocimiento de la Constitución y muy poco respeto por su sistema de separación de poderes. Actúa como si el presidente debiera estar al mando, mientras que el Congreso y los tribunales se doblegan ante su voluntad”, indicó Bruce Miroff, profesor de políticas en la Universidad de Albany (Nueva York).
Además, Trump ha despertado sospechas sobre posibles conflictos de interés al no publicar su declaración de impuestos ni deshacerse del todo de su imperio inmobiliario, que ahora gestionan sus hijos y que él ha publicitado con frecuentes visitas a sus clubes privados, cuyos miembros pagan cifras desorbitadas con la esperanza de verle.
Para el presidente, Twitter es un enlace con su base electoral, pero también un arma poderosa contra sus enemigos, que van desde la prensa a miembros de su propio partido; y sus impulsivos mensajes en esa red social han llegado a dinamitar negociaciones con el Congreso y delicadas estrategias diplomáticas del Departamento de Estado.
“Él tiene su base populista, y apela constantemente a esa base”, recordó Terry Moe, un profesor de políticas en la Universidad de Stanford (California) especializado en la presidencia.
Trump parece estar, además, obsesionado con su imagen pública, y eso le lleva a “comportarse de formas que son totalmente ajenas a la Presidencia estadounidense”, como cuando “niega la legitimidad de los tribunales o declara que los medios son el enemigo del pueblo estadounidense”, subrayó Moe en conversación con Efe.
Pese a esas peculiaridades, Elizabeth Sanders, una profesora de políticas en la Universidad de Cornell, no cree que Trump “haya cambiado fundamentalmente la naturaleza del cargo”, sino “únicamente nuestras expectativas de cómo deberían comportarse los presidentes”.
“De momento, Trump no ha expandido mucho el poder presidencial. Lo que ha hecho es hablar de forma belicosa y nacionalista (…) y usado el cargo para atacar a los que le critican”, opinó Sanders.
James Thurber, fundador del centro de estudios sobre el Congreso y la Presidencia en la American University (AU) de Washington, cree que Trump sí ha cambiado el concepto de “comportamiento presidencial”, y que su relación con el Congreso, los medios y las agencias gubernamentales es “inédita y, en ocasiones, peligrosa”.
“Su comportamiento no cambiará permanentemente la institución de la presidencia, pero está dañando el cargo y se tardará años en superar algunas de sus acciones y comportamientos”, agregó Thurber.
Los cinco expertos pronostican que los tribunales, el Congreso y la prensa seguirán actuando para contener los posibles excesos de Trump, pero ninguno espera que el presidente aprenda a controlar sus tendencias “autócratas”, en palabras de Moe.