La forma en que el presidente Donald Trump enfrente la emergencia del huracán Harvey será una importante prueba sobre su capacidad para dirigir, en medio de un regreso complicado de sus vacaciones estivales.
Con fotografías en reuniones de emergencia con su equipo y enviando directivas a lo largo del fin de semana, el mandatario, que anunció que visitará Texas el martes, se ha movilizado y lo ha hecho saber.
El gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, elogió el lunes la respuesta “remarcable” a nivel federal. “Cada vez que Texas formulaba una solicitud, la respuesta era sí”, dijo a la cadena CBS.
La imagen contrasta de manera singular con otra crisis de diferente naturaleza, ocurrida hace 15 días, cuando la violencia racista sacudió a la pequeña ciudad de Charlottesville, en Virginia. Sus silencios, sus declaraciones y al final su indulgencia con la extrema derecha chocó y golpeó a su administración de por sí frágil.
Los detalles de la visita a Texas no han sido anunciados, pero según Abbott, Trump no debería detenerse en Houston para evitar la paralización de la operaciones de socorro, sino en el interior del territorio.
Una cosa es cierta: parece determinado a evitar los errores, tanto en el fondo como en la forma, de su predecesor George W. Bush frente a Katrina, que azotó a Nueva Orleans en 2005.
La fotografía de éste último contemplando la zona devastada desde la ventana del Air Force One quedó como un símbolo de la desconexión de un presidente con la realidad en el terreno.
Las catastróficas inundaciones que afectan a Texas representan también un desafío a la Casa Blanca que tendrá, dentro de los próximos días y semana, trabajar con el Congreso para desbloquear los fondos necesarios para la reconstrucción.
El impacto económico de Harvey, imposible de cifrar aún con precisión, será de decenas de miles de millones de dólares.