Una “ciudad sólo es hermosa si es silenciosa”, asegura Christian Hugonnet, ferviente militante antirruido en París, ciudad en donde rugen los motores de los coches y las motos.
Para el presidente de la Semana del Sonido, una campaña anual de concienciación sobre el ruido, la capital francesa “tiene muchas incoherencias acústicas” con sus edificios y estaciones construidos con hormigón o piedra, donde el “sonido rebota y se amplifica”.
París tiene “20 años de retraso respecto a Tokio” en el uso de asfalto “silencioso”, que absorbe el ruido, añade Hugonnet, que cree que “los parisinos ya no saben escuchar el silencio”.
El militante da el ejemplo de la plaza de la República, un espacio de más de tres hectáreas en el corazón de la capital, cubierto con una amplia losa de hormigón en 2013. “Es una catástrofe desde el punto de vista de la contaminación acústica”, lamenta, “un generador de ruido porque la piedra lisa hace rebotar todos los sonidos”.
Fanny Mietlicki, directora de Bruitparif, el observatorio del ruido en la región parisina, señala otro lugar problemático en la capital: las orillas del Sena.
Entre el museo del Louvre y el puerto del Arsenal, se acumulan los coches desde que el ayuntamiento cerró el año pasado la vía rápida Georges-Pompidou, en la margen derecha del Sena, para convertirla en una zona peatonal.
“Se ha duplicado la energía sonora en las orillas altas del Sena por la noche”, afirma Mietlicki.
“¡Esto nos amarga la vida! Normalmente, en el mes de agosto, esto parece un pueblo pequeño de lo tranquilo que está, pero ahora parece que estemos en pleno mes de septiembre”, se indigna Antoine Py, librero a orillas del Sena desde hace 20 años.
Al otro lado de la acera, “los clientes no quieren permanecer en la terraza por culpa del ruido”, se queja la gerente de un restaurante.
En Estados Unidos, Nueva York tomó una iniciativa inédita: grabar los ruidos de la ciudad y de sus 8,5 millones de habitantes para analizarlos de forma automática con el fin de reducirlos.
Para Mietlicki, el ayuntamiento de París “se ha tomado durante mucho tiempo el fenómeno del ruido como una fatalidad, dándole más importancia a la calidad del aire”.
Según Bruitparif, cerca del 22% de los parisinos se ven afectados por la contaminación acústica.
El observatorio indica asimismo que el ruido le cuesta tres millones de euros (unos 3.5 millones dólares) a París debido a las problemas de salud que provoca: trastornos del sueño que pueden causar accidentes, problemas de concentración, retrasos en el aprendizaje de los niños y riesgos cardiovasculares vinculados al estrés.
Célia Blauel, concejal de Medio Ambiente de la alcaldesa socialista Anne Hidalgo, considera el ruido como “una de las prioridades” de París.
De aquí a 2020, el 30 por ciento de la vía de circunvalación que rodea París “se cubrirá con un asfalto que absorbe el ruido”, asegura, lo cual permitirá reducir la contaminación acústica para las decenas de miles de personas que viven cerca de esa autopista urbana de 35 km por donde circulan unos 270 mil coches al día.
Blauel también aboga por reducir los límites de velocidad en la ciudad y endurecer las normas de decibelios para los vehículos de dos ruedas, “insoportables, sobre todo por la noche”.
En un cuestionario, los parisinos indicaron que lo que más les molesta es el ruido de esos vehículos de dos ruedas.