Con su hijo recién nacido entre los brazos, Concepción Bautista espera la oportunidad para cruzar ilegalmente a Estados Unidos pese a que sabe que el presidente Donald Trump ha hecho más difícil que nunca el “sueño americano”.
Washington celebró el reciente desplome de las aprehensiones de migrantes en la frontera sur con México como una muestra del poder disuasorio de los controvertidos planes antiinmigración de Trump, incluyendo ampliar el muro que separa ambos países y deportar a miles de inmigrantes en situación irregular.
Sin embargo, Bautista se niega a retornar a su país natal, Guatemala, de donde huyó por las amenazas y robos de las pandillas, y asegura que cuando recupere fuerzas retomará el viaje hacia el norte con su esposo y su otro hijo de tres años.
“No me importa lo que diga ese señor (Trump), hasta creo que sólo lo hace para asustarnos. Pero nadie va a hacer que nos demos por vencidos”, dijo la mujer de 39 años en un refugio para migrantes en Tenosique, en el estado mexicano Tabasco, fronterizo con Guatemala.
Decenas de miles de familias e individuos emigran cada año a Estados Unidos desde El Salvador, Guatemala y Honduras, una de las zonas más pobres y violentas del planeta conocida como el Triángulo Norte de Centroamérica.
“A Guatemala no vuelvo. Tengo fe de que voy a lograr cruzar, pero por el momento me quedo en México”, dijo Bautista, quien está tramitando el estatus de refugiado. Desde donde está se escucha pasar a “La bestia”, un tren carguero que miles de centroamericanos han usado por años para atravesar el país.
Aunque las amenazas de la Casa Blanca parecen haber mermado la llegada de individuos y familias a la frontera, todavía miles de personas insisten en llegar a Estados Unidos a toda costa, aventurándose a viajar solos por otros caminos que antes no eran utilizados por los emigrantes.
En una remota y peligrosa zona cerca de la frontera entre México y Guatemala, y por donde casi todos los migrantes que cruzar son asaltados, Feliciano del Cid y dos compañeros de viaje aprietan el paso bajo el abrasador sol del mediodía por un pedregoso y desconocido camino de Tabasco.
Como ellos, cada vez más migrantes intentan cruzar México esquivando controles policiales y evitando a los “coyotes” o “polleros” (traficantes de personas), utilizando rutas menos transitadas y en grupos pequeños para no llamar la atención, según migrantes y expertos.
“Nosotros hemos subido varias veces, pero cada vez está más difícil”, explicó Del Cid en un recóndito paraje de El Ceibo, quejándose de las extorsiones y los altos precios de los “polleros”, que pueden cobrar hasta 10 mil dólares por trayecto a Estados Unidos desde los 2,000 dólares de hace unos años.
“Por eso mejor vamos solos, por otros caminos”, concluyó el espigado migrante guatemalteco de 60 años.
Según activistas de derechos humanos, esta búsqueda de rutas alternativas podría suponer un peligro adicional para los migrantes, ya que los alejan de las casas de apoyo y quedan más expuestos a la delincuencia y el crimen.
Ante el sombrío panorama para llegar a Estados Unidos y la decisión de no regresar a Centroamérica, muchos están tramitando estatus de refugio en México, un fenómeno cada vez más común en el país que durante décadas fue ruta de tránsito.
Las solicitudes de asilo en México se incrementaron un 150 por ciento interanual entre noviembre de 2016 y marzo de este año, según la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), aunque las autoridades no vinculan el auge con la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Samuel es uno de ellos. Amenazado de muerte tras el secuestro y asesinato de su hijo de 19 años en El Salvador, este hombre huyó con su familia a México con la idea de llegar a Estados Unidos. Sin embargo, Trump cambió sus planes.
“Yo quería ir con mi familia a Estados Unidos pero vemos que el nuevo gobierno ha puesto las cosas más difíciles. Por el momento queremos quedarnos aquí, en México, ya hemos solicitado asilo”, dijo el hombre en un albergue de Tenosique, en Tabasco.
Al igual que muchos centroamericanos, para él volver a su país no es una opción. Allí, asegura, “me espera la muerte”.