Edouard Philippe, de 46 años, designado este lunes primer ministro de Francia por el presidente Emmanuel Macron, se ganó la reputación de dirigente “moderno” y “brillante” como alcalde de Le Havre (noroeste), pero es poco conocido para el resto de los franceses.
Diputado por Los Republicanos (LR, derecha) y perteneciente al círculo del ex primer ministro conservador Alain Juppé, algunos le atribuyen el mismo estilo a veces seco y cortante de su mentor.
Aficionado al boxeo, acompañó a Juppé como director general del partido UMP (predecesor de LR) desde 2002. En 2010 sucedió a Antoine Rufenacht como alcalde de Le Havre, antes de ser electo diputado en 2014 en esta ciudad que estuvo administrada por los comunistas hasta 1995.
“Está muy apegado a Le Havre, su padre era estibador”, cuenta uno de sus amigos.
Tras la derrota de Juppé en las elecciones internas de la derecha, el año pasado, el diputado y alcalde optó por dedicarse más a la ciudad que al Parlamento, donde tiene escaso protagonismo.
Este ex militante del socialismo moderado que lideraba Michel Rocard escribió a partir de enero crónicas sobre la campaña electoral para el matutino de izquierda Libération.
Macron “deberá trasgredir. Extraerse del enfrentamiento viejo, cultural, institucionalizado y cómodo de la oposición derecha-izquierda, para construir una mayoría de un nuevo tipo”, escribió Philippe en una de esas crónicas.
El perfil de este hombre barbudo, de mirada intensa y frente despejada, es ultraclásico, y se asemeja al del mismo Macron: estudios en el Instituto de Ciencias Políticas, buenas calificaciones a la salida de la Escuela Nacional de Administración (ENA), que forman a las élites dirigentes en Francia.
Luego, fue alto funcionario en el Consejo de Estado y trabajó algunos años en un bufete de abogados anglosajón, antes de hacerlo para la empresa de energía nuclear Areva.
Su opositora comunista en Le Havre dice que hay similitudes entre él y el nuevo presidente Macron, criticando sus “idas y venidas entre derecha e izquierda”. “Esta gente elige en función de las oportunidades” su orientación política, afirma.
“Inteligente, de espíritu vivaz, a veces un poco loco”, dice de él un ex colaborador, que lo describe como “seguro” pero “cortante”. “Es bastante moderno en su forma de trabajar”, dice uno de sus allegados, que elogia además su “fidelidad” y su “lealtad”.
“Hiperactivo y deportista”, agrega este amigo al completar el retrato de este alto cuarentón. Sus padres, profesores, le transmitieron el gusto por las letras. Junto a su amigo Gilles Boyer, también perteneciente al círculo de Juppé, escribió dos novelas policiales.
“No es de acceso demasiado fácil”, advierte un diputado de un departamento vecino, al señalar que “no transmite un calor desmesurado”, pero sí es “un hombre destacado”.
“Como muchos tipos brillantes, tiene un dejo arrogante”, admite otro allegado. Una actitud que recuerda un poco la del propio Juppé. Durante un mitin de las internas de la derecha, Philippe relató cómo su “maestro” Juppé había confiado en él cuando tenía 31 años.
Sus amigos elogian su humor, sus imitaciones de otros políticos y su pasión por la figura de Churchill. La leyenda asegura que casi se va a las manos con el expresidente Nicolas Sarkozy. “Lo que es seguro, es que no baja la mirada frente a Sarkozy”, explica uno de sus amigos a la hora de atribuirle un certificado de osadía.
Habla alemán, está casado y tiene tres hijos.
En un libro sobre Alain Juppé, la periodista francesa Gaël Tchakaloff esbozó un retrato cruel de Edouard Philippe, a quien atribuye “arrogancia, exceso de confianza en sí mismo y ambición desmesurada”.
“Un audaz, cuya temeridad es apenas contenida por sus ambiciones”, agregó la periodista.
“Uno se interroga a menudo acerca de qué es el poder”, explica Philippe en un reciente documental. “Hay un elemento del poder que es central, y es la capacidad para nombrar, para decidir los nombramientos”, afirma.