La corrupción es un “cáncer” que “carcome cotidianamente” al pueblo de Latinoamérica y que “destruye poblaciones enteras sometiéndolas a la precariedad”, advirtió el Papa Francisco.
En una carta escrita con motivo de la asamblea ordinaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), que sesiona estos días en El Salvador, Francisco sostuvo que la corrupción “arrasa con vidas sumergiéndolas en la más extrema pobreza”.
El texto, de unas tres páginas de extensión, el pontífice destacó la forma “admirable” con la cual “muchos hermanos” salen todos los días a pelear contra ese fenómeno con su trabajo y enfrentando así “los desbordes de muchos”.
Recordó los tres siglos de la Virgen de Aparecida, patrona del Brasil, y evocó a los pescadores que descubrieron la estatuilla de Nuestra Señora de la Concepción envuelta en fango.
Esos pescadores, precisó, eran hombres que vivían de su trabajo y en la precariedad, sin saber cuál sería su ganancia del día, como tantas personas que diariamente salen a ganarse la vida, con la inseguridad de no saber cuál será el resultado.
También habló de “la madre”, la Virgen, que conoce de primera mano la vida de sus hijos, “aparece en medio del fango”, allí donde los hombres “intentan ganarse la vida” y no tiene miedo de sumergirse “en los avatares de la historia”.
Llamó a los obispos a tomar las “claves” que da la historia de Aparecida, los invitó a “quitarse todo ropaje innecesario” y “volver a las raíces, a lo esencial”.
Por eso, pidió a los pastores aprender a escuchar al pueblo de Dios, conocerlo y darle su lugar, no de manera conceptual u organizativa, nominal o funcional, sino prestar atención a los fieles para que lleven el mensaje cristiano a los ambientes sociales, políticos, económicos y universitarios.
“Aprender a escuchar al pueblo de Dios significa descalzarnos de nuestros prejuicios y racionalismos, de nuestros esquemas funcionalistas para conocer cómo el espíritu actúa en el corazón de tantos hombres y mujeres”, dijo.
“(Ellos), con gran reciedumbre, no dejan de tirar las redes y pelean por hacer creíble el evangelio, para conocer cómo el espíritu sigue moviendo la fe de nuestra gente; esa fe que no sabe tanto de ganancias y de éxitos pastorales sino de firme esperanza”, apuntó.
Instó a los obispos a no tener miedo de ensuciarse por la gente, no tener miedo del fango de la historia con tal de rescatar y renovar la esperanza, porque sólo pesca aquél que no tiene miedo de arriesgar y comprometerse por los suyos.